Violencia callejera

El día que descubran los puntos limpios...

Aquello es el paraíso armamentístico de los vándalos callejeros y el desconcierto absoluto para el resto

Una de mis dudas irresolubles es en qué contenedor tiro el papel de plata. Mi primera intuición es al de plástico, aunque si lleva restos, debe ir al de desperdicios. Pero, ¿y si tiene sólo un poquitín de desperdicios? y, sobre todo, ¿es plástico el papel de aluminio? ¿O estoy contaminando el planeta y no voy a dejar a nuestros descendientes otra posibilidad que marcharse a Marte? El problema es que el papel de plata es sólo la punta del iceberg (en proceso de descongelación) y así se me escapan la mañana y la vida eligiendo el contenedor al que tengo que ir echando lo que recojo.

Por eso yo no me pregunto por qué los vándalos queman contenedores: estábamos tardando mucho en hacerlo.

En mi cocina hay un cubo para desperdicios, otro para el plástico, otro para el papel, uno para el vidrio y el último, al que van lo que no son las otras cosas, que es, al final, donde se tira todo cuando ya no puedes más. Que no digo que no sean necesarios, pero he tenido que quitar las banquetas para que haya sitio y ahora, para cenar, me siento en el cubo de desperdicios. No es lo más cómodo, la verdad, pero luego recoges súper rápido.

Contaba Xavier Carmaniu en El Periódico que las barricadas las inventaron los franceses en 1588 cuando los católicos se negaron a tener un rey protestante. Utilizaron barriles llenos de arena y adoquines para hacer frente a la autoridad real. Lo que hacen los ultras estas noches en las calles es herencia de aquello, pero sus barriles son los contenedores de basura. Si son de obras, los radicales los vacían en busca de proyectiles y si son los típicos de plástico, los hacen arder si pensarlo mucho... como el resto de sus acciones, por cierto.

Ya veréis el día que descubran la existencia de los puntos limpios, donde se tiran los objetos demasiado grandes que no caben en los contenedores urbanos. Aquello es el paraíso armamentístico de los vándalos callejeros y el desconcierto absoluto para el resto. Vas al punto limpio con un aparato que se enchufa, pero que también tiene pilas y, que además, está hecho de plástico y de cartón y la encrucijada de descubrir si va en plástico, eléctrico o mueble del hogar o papel no hay quien la resuelva. Tirarlo contra la Policía genera muchas menos dudas vitales.

Por suerte al punto limpio sólo vas cuando te da vergüenza dejar la estantería de cuatro baldas de Ikea al lado del contenedor de vidrio, por si cuela.

Hace unas semanas tiré el papel en el contenedor de la calle y estaba llenos de libros. Entre ellos, «El Hereje», de Delibes. Lo cogí, lo desinfecté y lo leí. El protagonista acaba quemado en la hoguera por la Inquisición.

Sólo ahora me he dado cuenta de que el contenedor me mandaba un mensaje.