Cultura
Uniformes
En este mundo global y globalizado, cuando las posibilidades para personalizar la ropa resultan infinitas, la peña ha caído en lo contrario
Paseo por un barrio, no mencionemos el nombre, o sí, la parte de Cuzco, en Madrid, y me tropiezo con tres chavales de dieciocho o diecinueve palos calzados en la pechera, con más aires encima que un botafumeiro y los tres vestidos de igual manera. Esto es idénticos entre sí, incluido el corte del peinado, y con las mismas trazas y prendas que pudieran lucir sus padres. Es como si hubieran heredado de ellos el armario además del apellido. Los uniformes despiertan un recelo instintivo en la grey, pero aún más preocupante es que la gente se uniformice por voluntad propia en una moda, una tendencia o un estilo. Sobre todo, durante la juventud, que es una época de salirse por la tangente y pavonearse con drapeados inconvenientes, teñidos de rebeldía y de protesta, que a cierta edad es lo que se impone, levantar la voz contra los conformismos y la vida de butaca y televisión que asoma en la parentela. Al parecer, la personalidad empieza a gestionarse con un póster de The Clash, unas Martens y cuatro canciones irreverentes. O el equivalente que toque. Pero no es la época en la que nos movemos.
Antes, la juventud marcaba distancia improvisando vestuarios con cuatro telas, un imperdible y un par de cueros, que es lo que alentaron Malcolm McLaren y Vivienne Westwood en King’s Road cuando abrieron Sex, la tienda que vistió al Punk británico. En este mundo global y globalizado, cuando las posibilidades para personalizar la ropa resultan infinitas, la peña ha caído en lo contrario, en Zara, Scalpers y esas aristas, y no hay quien la saque de ahí, como si la gente padeciera un vértigo psicológico a diferenciarse del resto. La calle debería ser un paseo de modas intransferibles, que hablaran de quiénes somos y no de a qué pertenecemos, y lo encontramos es una pasarela de páginas webs de moda «mainstream».
Todos los que han pasado por un internado o un colegio con uniforme obligatorio saben que no existen dos estudiantes idénticos a pesar de los pantalones grises y la chaqueta timbrada con el escudo de la escuela. Lo primero que aprende ahí el alumnado es a individualizarse del resto torciendo la corbata, subiéndose el dobladillo de la falda por encima de la rodilla o amoldando el traje a una pose chulesca. Existe una inclinación innata a marcar la identidad. Pero deambulamos por un siglo de abundantes uniformizaciones y multilateralidades, como si la personalidad estuviera penalizada y distanciarse del resto te convirtiera en un «outsider».
Las perchas, que antes delineaban rupturas y transgresiones culturales, hoy representan justo lo contrario y lo que nos brindan es el retrato de una clase social, el orgullo de suscribir una ideología y un estatus económico familiar. Internet debería haber acentuado las diferencias, desarrollar el interior callado, muteado, se dice ahora, pero lo que ha cimentado es justo lo contrario: el grupo, la tribu, la banda. Una sociedad uniforme y de uniformes. Malos tiempos para la lírica.
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