Pablo Iglesias

La caída de Pablo Iglesias

Y Pablo Iglesias se quedó a la intemperie, vagando por las calles de Vallecas. Desde que se fue a su mansión de Galapagar sus antiguos vecinos ya no lo reconocen.

Nadie lo niega. La salida de Pablo Iglesias del Gobierno supone un gran alivio. El interesado había dado muestras de que estaba ahí para quedarse. No ocultó nunca su intención de agotar la legislatura al lado de Pedro Sánchez, arrastrándolo a su terreno y cerrando el paso a la derecha para mucho tiempo. Había que acabar desde dentro con el “régimen del 78” con la ayuda de los socios independentistas de la periferia y aprovechar la depresión económica de la pandemia para provocar movimientos revolucionarios en la calle que aceleraran el proceso. Ese era su plan. Su vida política se redujo, paso a paso, mientras iba moderando su indumentaria, a una provocación permanente. Se pasaba el día repicando y en la procesión. Y la noche, viendo series de televisión. Todos le acusaban de no dar golpe. Y los jueces le seguían la pista. En los medios se multiplicaban los puñales de la crítica. Y afloró su talante totalitario. Ponía constantemente en duda y atacaba abiertamente la democracia que había prometido defender y gracias a la cual estaba él en el poder. Todo un contrasentido. Una anomalía política en Europa. Un incordio en la mesa del Consejo de ministros. Un dolor de cabeza en Bruselas y en la Casa Blanca. Un estorbo para los inversores. Y la situación se volvió insostenible.

Su relación con el presidente Sánchez se enfrió. Notó la frialdad en su propia piel. Se multiplicaron los pequeños desaires y las displicencias. Se dio cuenta de la despiadada crueldad del poderoso socio. Aguantaba el tinglado porque a la fuerza ahorcan. Se aplazaron las comidas semanales. Los caminos de las dos izquierdas, en vez de confluir, se separaban. Él estaba en el Gobierno, pero no tenía poder. Llegó un momento en que desconfió definitivamente de Sánchez, del que nunca se había fiado del todo. Observó de cerca su catadura moral. Y vio en la pugna por Madrid una buena oportunidad para rehacer Podemos, ahora desfalleciente, y volver a competir con el sanchismo. Fue una jugada a la desesperada, poco meditada, para no caer en la insignificancia. Luego pasó lo que pasó. Su antiguo amigo Errejón le dio con la puerta en las narices. Era la hora de la venganza. Y Pablo Iglesias se quedó a la intemperie, vagando por las calles de Vallecas. Desde que se fue a su mansión de Galapagar sus antiguos vecinos ya no lo reconocen.