Religion

El amor cambia el mundo

Benedicto XVI dirá con toda sencillez y libertad que «el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida

Lo que nos está sucediendo en España: por ejemplo, el crimen del aborto provocado, legal y auspiciado como planificación o salud reproductiva, tras el que se promocionan negocios sin escrúpulo de las clínicas dedicadas a practicar tales asesinatos, o también la legalización de otro crimen como el que lleva consigo la eutanasia legalizada recibida por algunos Parlamentarios españoles con un aplauso de logro o de victoria, ¡vergonzoso aplauso!; o la lucha por el poder utilizando abusivamente la política y ensuciando su nobleza; o la descalificación desvergonzada, sin educación, por parte de la responsable del ministerio del ramo, hacia un padre parlamentario con una hija con un determinado síndrome, o el olvido del bien común y sustituido con los datos estadísticos hábilmente manejados; o la implantación de ideologías deshumanizadoras promoviendo una cultura de la muerte y del odio, a lo que se está acostumbrado así a una sociedad insensibilizada y que lo aguanta todo, y todo esto en tiempos de la pandemia del coronavirus. En medio de todo esto, ¿hay alguna respuesta? Sí la hay, y la tenemos al alcance de la mano, desde hace más de veinte siglos y nos la muestran sus testigos a los que es tan sensible nuestro mundo de hoy. Con libertad me atrevo a referirme a esa respuesta y ofrecerla a todos. Me refiero a la respuesta que encontramos en lo que constituye el núcleo, la esencia, la novedad del hecho cristiano: el amor, la verdad que se realiza en el amor. Esa sencilla y breve palabra de las más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.

Ésta es la clave de todo: el amor, el amor cristiano. Dirá el Papa Benedicto XVI en su encíclica sobre el amor, «Dios es amor»: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. De esto me ofrecía, con humildad, alegría y gozo de vivir, un testimonio real y de experiencia personal y viva el pasado sábado la otrora enfermera proabortista María Himalaya, renacida de nuevo, convertida en nueva criatura por un encuentro con Jesús, que vive y ama, y capacita para amar y luchar por una nueva civilización del amor, una humanidad nueva que nos hace hermanos.

No es una idea, no es un conjunto de valores, no son las soluciones de la ciencia y de la técnica, dirá Benedicto XVI en su aludida encíclica, los que nos salvan, sino un acontecimiento, una Persona, en quien hemos conocido el amor: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna» (Cf Jn 3,16); ahí, en Él, se esclarece la verdad de Dios y la verdad del hombre y se nos descubre la grandeza de ser hombre y de nuestra vocación de hombres (Cfr. GS 42).

Ante un mundo tan falto y necesitado de amor –a la vista está– como es el nuestro, con tan grandes problemas de humanidad, Benedicto XVI dirá con toda sencillez y libertad que «el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida» (n.2). El amor, en último término es uno solo: el amor de Dios encarnado, donde radica, a su vez, la originalidad misma del cristianismo.

No consiste ésta originalidad o novedad en «nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito» (n.12). Por eso, añadirá «poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender quién es Dios y lo que es el hombre: Dios es amor, el hombre, todo hombre aún el más perverso y desgraciado es amado por Dios hasta el extremo. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir qué es el amor. Y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar· (n.12), en el que, en modo alguno, son separables el amor de Dios y el amor a los hombres, como podíamos comprobar en el testimonio de María Himalaya y de tantos, que han podido encontrarse con el amor. «No se trata ya, dirá el Papa, de un ‘mandamiento’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor» (n. 18).

He ofrecido estas reflexiones, precisamente, en la semana que nuestras miradas se dirigen a la Cruz, en ella encontramos la verdadera sabiduría, que cambia el mundo. Ahí está el futuro y la esperanza para una Humanidad tan necesitada del amor. Esto sí que es la base para un nuevo orden mundial: el amor del Crucificado que rechaza, sin embargo, el Nuevo Orden Mundial que intentan los más poderosos y dominadores del mundo, y aquellos que sin llegar a tanto poder asumen sus actitudes que son obras y engaños del príncipe de la mentira que intenta devorar al hombre.