Estados Unidos

Esparta

Biden ha fomentado sin querer un tráfico inaceptable de niños

Esparta usaba una crueldad eugenésica institucionalizada para eliminar «las bocas» que no aportaban nada a la colectividad. Eso dice Plutarco, al menos. Cuando nacía un espartano, ya pasaba un primer examen. Los «entendidos» evaluaban si era lo bastante hermoso y fuerte. Si los ancianos inspectores no consideraban al recién nacido a la altura de su sociedad de súper atletas soldados, lo llevaban al Apóthetas, una siniestra quebrada, adornada con los huesos de otros bebés que habían perecido en el intento de superar el segundo examen de sus cortas existencias. Si alguno sobrevivía al abandono durante un tiempo, se le rescataba. Era «la repesca» de una sádica selección darwinista que no hubiesen superado muchos animales. Si Plutarco no fabula, aquellos ancianos inspectores tendrían el alma tan dura como los riscos que acogían los últimos lloros de los pequeños. Ha pasado mucho tiempo. Hemos… ¿progresado desde entonces? Según las agencias de información, hay un verdadero drama migratorio en las fronteras de Estados Unidos: miles de niños a los que sus padres mandan «solos» a EEUU se agolpan en las fronteras. Niños caminando abandonados en la oscuridad, intentando materializar el anhelo (de sus padres). Críos de siete años, migrantes solitarios, o agarrados con desesperación a la mano de sus hermanos mayores de, a lo sumo, nueve años, pisando piedras con determinación, mientras palpan un trozo de tela con un número de teléfono de contacto escrito con boli y cosido al pantalón… Biden ha fomentado sin querer un tráfico inaceptable, vejatorio, terrorífico, de niños, al lanzar al mundo el mensaje de que los menores serían bienvenidos a EEUU. Según Reuters están llegando a la frontera norteamericana niñas de incluso dos años… ¡solas! Críos inocentes, carne de cañón y de sueños muertos. No ocurre como en España, donde acuden miles de migrantes varones en edad militar. Bebés solos. Por el camino, ¿cuántas de estas criaturas serán abusadas, violadas, asesinadas…? No lo sabremos nunca, a no ser que algún día sus huesos acaben reluciendo bajo el sol de la frontera, como lo hacían en aquel barranco espantoso del Peloponeso, al pie del monte Taigeto. Qué vergüenza humana.