Coronavirus

Ellos han vuelto y qué felicidad

No puedo mirar a un abuelo sin que me entre una infinita ternura. Me da igual si se está fumando un Farias y trasegando un carajillo de anís

Será porque ya no me queda ninguno y los echo mucho de menos, incluso al que no conocí. Por eso, a veces voy por la calle y me entran ganas de secuestrar a uno, o de pedirle que me adopte. Mis abuelos fallecieron y todos los de mi barrio han vuelto a salir a la calle. Estamos muy preocupados con el ruido político y con el bombardeo de las cosas que no importan realmente, y no nos fijamos en eso, pero hace sol (a ratos al menos), llega la primavera y las calles ya no están tan solas, ni los bancos de los parques.

Las cosas no se están haciendo bien, de acuerdo. Estamos en campaña electoral. Como para no darse cuenta. Que no vamos a llegar a tiempo de cumplir los objetivos de vacunación, que el comunismo y el fascismo luchan calle por calle en la capital y todo lo que ustedes quieran. Pero, fantasías al margen, los abuelos, los de mi barrio, han vuelto a pasear, a sentarse al parque, a la compra. Me doy los buenos días cuando me cruzo con cualquiera como si viviéramos en un pueblo, les sonrío aunque no se dan cuenta porque la mascarilla nos robotiza. Un día de estos le voy a guiñar un ojo a uno a ver qué pasa. Antes, lo juro, huía de ellos, porque siempre pensaba que venían a dar la chapa, a recriminarte cómo vistes o cualquier otro pecado, como el Fondo Sur de Twitter. Y algunos vaya que si lo hacían. Me odio por aquello un poco. Ahora, me los quedo mirando con cara de bobo o me acerco y les levanto las cejas a ver si me cuentan lo que sea. No puedo mirar a un abuelo sin que me entre una infinita ternura. Me da igual si se está fumando un Farias y trasegando un carajillo de anís. Casi no puedo contener las ganas de abrazarles.

Ellos son quienes peor lo han pasado. El miedo, el encierro casi absoluto, la falta de contacto humano y de asistencia médica ha vuelto terrible este último año. Por no hablar de la muerte de amigos, vecinos, de tantas personas, claro está. Por eso, de entre todos los millones de imágenes del año de la pandemia, el premio World Press Photo de este año ha reconocido como mejor imagen periodística el primer abrazo de una mujer brasileña de 85 años y su enfermera, una escena que rinde honores a los dos grandes colectivos de este último año. Hemos perdido a muchos abuelos de alguien, pero no vayamos a engañarnos. Antes de la pandemia, muchos padecían de soledad, una maldición igual de cruel y de dolorosa. Por eso, ahora más que nunca, cuidemos y celebremos a los abuelos. Les necesitamos.