Pandemia
Será por dinero
“Dejo la oficina para trabajar desde casa, y el siguiente paso es que ya no soy necesario”, se teme Ginés. Y así puede que sea. ¿Irremediable? Puede ser
Ginés trabaja en un banco. Ya tiene su edad, cerca de los cincuenta. Cuando opositó para empezar a trabajar todos decían que aprobar las oposiciones era como hacerse con un mirlo blanco, un imposible de seguridad y futuro al que unos pocos tenían acceso. Hasta ahora. Ha leído en el periódico que van a echar a la calle a casi 20.000 colegas bancarios. No será por dinero, porque las cosas en la banca no han ido peor que en otros sectores durante la Pandemia. De hecho, no se ha resentido apenas el negocio. Han ganado menos, sí, porque la economía se paró, pero ninguna cuenta de resultados se ha ido al final de curso con suspenso o números rojos. Parece ser que es la tecnología, la innovación, la nueva forma de acercarse a los clientes que ya no requiere del calor humano, sino de la precisión matemática de las máquinas. La revolución más importante desde el cajero, dicen. Por no hablar de las nuevas monedas, de los sistemas de relación financiera en ciernes que, según los que de esto saben, van a competir con muchas posibilidades de victoria con el actual sistema bancario. Y claro, ante cualquier crisis, sea económica, tecnológica o de perspectiva –estas son las peores, porque nacen del miedo–, lo mejor es tirar de recortes. Lo mejor para los gestores, claro. Se mide, se pesa, se calcula, y el resultado es un número concreto en el balance que no son ni activos, ni tesorería, ni acciones… son personas: seres humanos, trabajadores que, como él, entraron en la entidad, aguantaron las convulsiones de los ochenta, la crisis de comienzos del siglo XXI y mostraron durante ese tiempo una lealtad a la compañía, un espíritu de marca muy por encima de su remuneración económica. El banco de su trabajo era el banco de su vida. Ser bancario no solo era un privilegio, aquel famoso mirlo blanco, sino un orgullo, claro que sí.
Hoy Ginés se levanta cada mañana como los pacientes de una enfermedad crónica, con el miedo en el cuerpo. ¿Estaré yo entre los despedidos?
No deja de resultarle gracioso que el Gobierno se eche ahora las manos a la cabeza por unos planes de actuación que no sólo conocían sino que en algún momento hasta alentaron. O que esa parte del bigobierno que está a la izquierda del todo, se erija en defensora del colectivo afectado cuando durante años han mantenido una prudente distancia, por no decir desprecio de clase, hacia un colectivo laboral al que consideraban privilegiado.
La banca era para ellos el sector salvado, el ámbito de privilegio institucional, legal y laboral, que apenas necesitaba socorro o solidaridad, porque tenía el favor de las autoridades. Aquellos dineros del rescate o las ayudas al sector mantuvieron sujeto el sistema financiero y salvaron muchos puestos de trabajo, por eso él nunca ha entendido ese argumentario infantil de señalar como privilegios de la banca decisiones que estaban encaminadas a evitar males mayores. Y se evitaron.
Pero llegó la Pandemia, y con ella una crisis que se lo llevó todo. La revolución tecnológica dio en meses un salto de años y se aceleraron los cambios que debían haber sido pausados y serenos. Piensa Ginés, desde su incertidumbre plomiza y constante, que del mismo modo que aplaudíamos a los sanitarios sin saber que en realidad éramos el acompañamiento de su imparable deterioro, celebramos el teletrabajo sin darnos cuenta de que no era sino el síntoma de una revolución que cambiaría el mundo del trabajo. «Dejo la oficina para trabajar desde casa, y el siguiente paso es que ya no soy necesario», se teme Ginés. Y así puede que sea. ¿Irremediable? Puede ser. Pero podría haberse hecho de otra manera. Quizá más paulatina, menos violenta. Entiende lo de la competencia entre las entidades, la prisa por ser el mejor y el más rentable cuanto antes. Pero, ¿el camino es el de siempre? ¿Hacer cuentas y recortar por abajo? ¿La gestión de las empresas sigue pasando en el presente y pasará en el futuro por recortar? ¿No se podría transformar, crear, buscar salidas alternativas?
El acelerón tecnológico está aquí y probablemente vengan detrás otros sectores. Quizá no quede más remedio, se dice Ginés, pero la innovación acaso requiera que se cambie también la vieja tradición de la siega a ras de suelo.
Pasa página en el periódico y lee que algunos directivos de entidades en ERES doblan su sueldo y sus ejecutivos cobran un bonus considerable. Están en su derecho, piensa, pero, claro, le choca que coincidan despidos y gratificaciones en tiempo y lugar, como si vivieran dos realidades diferentes. Como si no vivieran en un país devastado por la crisis de la Pandemia. Tanto que les preocupa su reputación, y se la cargan en un solo movimiento. Por si alguien sigue dudando de la diferencia entre bancario y banquero, ahí la tiene.
Cierra el periódico cuando recibe una llamada en el móvil. Es del banco. Espera que no sea para comunicarle su despido.
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