Política
Tabernarios
La izquierda, enfurruñada con todo, ha perdido el sentido del humor, tomándose en serio solo a sí misma
Me tocaba currar ayer, pero cuando me levanté, apenas podía contener las ganas de meterme en un bar. Uno tras otro, en realidad. Me dejé llevar por la llamada a los tabernarios y me achispé. No me pude contener, movido por una energía subliminal, y sucumbí al «zapói», que fue la primera militancia de Eduard Limónov, y es como los rusos llaman a una tajada de esas que terminan en una cuneta si se tiene mala suerte o en una rotonda si buena, porque están casi todas mullidas de césped. Pero yo eso todavía no lo sabía cuando pasaba de una taberna a otra y a la siguiente.
El melocotonazo que me agarré fue mi jornada de reflexión post electoral y obedeció a un proyecto antropológico. Debatí con todos los camareros y no conseguí comprender nada ni un ápice mejor que el día anterior, así que seguí andando y no vi ni un solo político correr fuera de campaña. Nadie supo decirme por qué. Tampoco sé por qué al presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas le dio por calificar a los ciudadanos objeto de su estudio como votantes de tabernas. ¿Pretendía ser despectivo? No me enorgullezco, pero he estado en más bares que bibliotecas y eso no quiere decir que no lea libros o que no sea digno de la categoría intelectual del señor Tezanos, y que conste que no me doy por aludido. No sé por qué piensa el jefe de nuestros sociólogos que los bares tienen ideologías (salvo el famoso chino de Usera, claro), o que cruzar su puerta es algo que te sitúa en un plano inferior de inteligencia. ¿Son la Posada de la Villa, Malacatín lugares que merezcan desdén? ¿Salvamos a esas y condenamos a Casa Pepe? Maldita sea, nadie diría que Casa Labra, donde se fundó el Partido Socialista, es un exquisito restorán. En mi creciente embriaguez le mandé una nota de voz a Pío Baroja, a ver qué opinaba al respecto de ese juicio.
En cualquier caso, ¿es esta izquierda demasiado perfecta, demasiado intelectual para hablar de bares? Mal harían de renegar de las tascas y tabernas y mucho peor es su análisis si creen que todo se explica por eso, por las terrazas abiertas, como si te meten un gol de gilicórner y pierdes uno a cero. Yo ayer bebí hasta gatear y mis ideas no se movieron ni un centímetro, pero fruto del estado de ebriedad me atreví a dejar mi opinión escrita. La izquierda, enfurruñada con todo, ha perdido el sentido del humor, tomándose en serio solo a sí misma, ofendida con el mundo y entonando el «no pasarán» cada vez que un político del PP se autocalificaba de «fascista». La gente pillaba el chiste (un chiste malo, desde luego: no es que los políticos del PP sean herederos de Jardiel) mientras ellos se afanaban a cargar la bayoneta para la guerra y, como decía Gila, luego no se presentaba nadie. Ya les contaré otro día si me acuerdo de algo de todo esto, pero creo que me va a doler la cabeza.
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