Gobierno de España

La culpa es nuestra

Pusieron los huevos presupuestarios en bellas campañas de propaganda. Engrasaron la máquina publicitaria

A quién puede extrañar el exótico informe del enviado letón Boriss Cilevics a cuenta de las actividades sediciosas de Junqueras y cía. y la posterior sentencia del Tribunal Supremo. Delitos que en cualquier país de la UE, no digamos en Estados Unidos, serían etiquetados como de extrema gravedad, apenas merecen un encogimiento de hombros. Por las bravas, los ciudadanos españoles no pueden defender la soberanía nacional con las herramientas que proporciona el Estado de Derecho. Toca, en cambio, aplaudir los ataques contra el ordenamiento constitucional, ejecutados desde las propias instituciones del Estado. Somos invisibles. Peor, somos la peor caricatura de nosotros mismos. En Washington y Bruselas, de París a Londres, España malvive a la altura de sus peores clichés, perpetuamente encerrada en el sótano de una fama construida a la medida del enemigo enemigos. Por eso caló el relato independentista. Contaban, claro, con la pereza mental de quienes tasan la calidad democrática de las naciones extranjeras sin molestarse en leer un puñetero informe, espigar un ensayo o abrir un libro de historia. Para todo lo demás, cuestión de cuartos. Pusieron los huevos presupuestarios en bellas campañas de propaganda. Engrasaron la máquina publicitaria. Untaron a los periodistas. Organizaron viajes, comidas, simposios, congresos y vacaciones para los intelectuales y políticos abiertos a escuchar su causa. Regaron con millones los viejos tópicos imperialistas. Ocultaron su musculatura supremacista, sus reflejos totalitarios, su profundo desprecio por quienes no cumplen con los requisitos de la limpieza de sangre, bajo una coqueta capa de barnices románticos y aromas de causa perdida y lucha anticolonial. Normal que los vagos de Chomsky y cía., que hacen buena la definición de tontos peninsulares, crean ver en Puigdemont a una suerte de Patricio Lumumba y estén a tres minutos de escribir que José Miguel Arenas Beltrán, alias Valtònyc, es Peter Tosh con polos de Ralph Lauren y unas “canciones” que francamente están bastante lejos de Get up, stand up o 400 Years. Cilevics ha escrito su informe sin hojear la sentencia. Pero cómo culparle, cómo explicar que no somos Francoland, si el gobierno español no hace sino postrarse como una hiena en celo frente a los argumentos y maniobras del golpismo.