Economía
Escalofríos sociopolíticos en Europa
Buscar sólo el paso a un mercado cosmopolita, como sucedió con el planteamiento del librecambio en el siglo XIX, resultó y resulta efímero, y ahora, desgraciadamente, lo contemplamos.
Como consecuencia de una oportuna intervención, en un debate en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, del Cardenal Antonio María Rouco Varela, quedó claro que, a partir del siglo XVIII, en todos los países de Europa, se experimentaron alteraciones políticas profundísimas, que tuvieron consecuencias socioeconómicas que, a su vez, crearon tensiones internas en todos los pueblos de Europa. Por supuesto que, en España eso existió; pero ¿se puede ignorar lo sucedido, a lo largo del siglo XIX en Francia, a partir de la Revolución Francesa, y cómo todo ello se amplió, a pesar de la victoria frente a Alemania con el Tratado de Versalles, hasta generar esa básica diferencia que, por un lado intentó capitanear Pétain, y el derivado de De Gaulle? Todo eso que supone cambios radicales y continuos en gobiernos, en disposiciones legales, en concesiones a grupos políticos, nos lo encontramos también en el centro de Europa, culminando con la ruptura del Imperio austríaco y el nacimiento de un amplísimo conjunto de nacionalidades dispersas y enemigas entre sí, con el caso concreto de la aparición de una Alemania que intentó rehacer, en su culminación con Hitler, nada menos que un nuevo Imperio de Carlomagno. La mezcla en este caos de planteamientos religiosos, novedades filosóficas y movimientos alrededor del socialismo, convive con el desorden administrativo, que acompañó a los Saboya en Italia, en pugna concreta con el Papa, y con multitud de realidades de la actual Italia, directamente relacionadas ya con España, ya con Viena, ya con Francia. Al analizarlo, país por país, observamos que parece milagroso el conjunto de progreso existente en la contienda interna, y es preciso contemplar de qué manera, en la aparentemente próspera Inglaterra, moraban los avances máximos de la Revolución Industrial, sumados a mensajes de grandes economistas, que intentaban orientar la política económica, conviviendo, todo eso, con una notable reacción social por parte de los desheredados. Este caos europeo, quizá iniciado por la Reforma protestante, se amplió en cierta manera por el papel histórico que tuvieron las sociedades secretas, encabezadas por la francmasonería.
Por eso, cuando se contemplaba, hace no demasiados años, la situación francesa derivada de los planteamientos socialistas de Leon Blum, la del mundo creado por Hitler, o lo que supuso en Inglaterra el triunfo del Partido Laborista y los planteamientos de Deveridge, aparecen disparidades temporales extraordinarias que, iniciadas en el siglo XIX, continuaron en Europa a lo largo de la primera parte del siglo XX, muy complicadas para la vida de los ciudadanos.
Así, surgió la necesidad de evitar esos continuos cambios y disparidades entre planteamientos económicos y políticos, incluso con mucha violencia, y eso es lo que se encuentra detrás de una revolución fundamentalmente ligada al pensamiento de cuatro políticos católicos que decidieron liquidar esa situación, a través de la búsqueda de lo que otro político católico español, José Larraz, denominó, caminamiento hacia «los Estados Unidos de Europa». En eso estamos, en estos momentos, incluida España.
He citado a Larraz porque, a mi juicio, lanzó siempre propuestas atinadísimas, como cuando creó, en la etapa de la II República, la idea del Servicio Nacional del Trigo, preludio de la actual política agrícola comunitaria. Ahora, que se debate la fiscalidad de Cataluña, ¿es posible ignorar el informe que efectuó sobre La Hacienda Pública y el Estatuto de Cataluña, valiosísima aportación publicada en 1932, y que hace ya tiempo señalé en Expansión?
Lo planteado en torno a estas cuestiones indica el camino a seguir; mas, en España, como consecuencia de la fractura de las ideas básicas de la Transición, eso se está abandonando de manera acelerada, y en cambio, esa orientación que debe llamarse ortodoxa, por ejemplo visible en el considerable progreso que se contempla en Alemania, en España únicamente se ha rectificado de modo positivo en la parte relacionada con la política crediticia. Por eso, siempre deberá destacarse el papel que ha tenido el Servicio de Estudios del Banco de España, con los Sardá, Luis Ángel Rojo, o ahora Hernández de Cos, y su vinculación con planteamientos ortodoxos, a pesar de presiones políticas, en el ámbito del Banco Central Europeo. Algo es algo, pero no es suficiente. Por ello, es necesario volver a Larraz y al libro citado Por los Estados Unidos de Europa (1965), donde señalaba que «la historia certifica que las economías nacionales modernas han surgido previa la acción unificadora» de lo político. Buscar sólo el paso a un mercado cosmopolita, como sucedió con el planteamiento del librecambio en el siglo XIX, resultó y resulta efímero, y ahora, desgraciadamente, lo contemplamos.
Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático
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