Política

Isabel y Pablo

Con tanto follón y tantos cuchillos los votantes no saben a qué atenerse

Entre viaje y viaje, de Milán a Washington, Isabel Díaz Ayuso mantiene a la derecha al borde del colapso. Entre el amor y el odio, el carisma irrompible y las campañas en contra, no hay día sin marejada ni tarde libre de portada digital o sobresalto sentimental. La más odiada, la mas amada, la que desencadenó un tsunami en las elecciones y mandó a Pablo Iglesias al museo, antesala de su reconvención como tertuliano, sonríe en el centro de todas las dianas. Como las guapas del celuloide y las supernovas del rock and roll, la dirigente con algo de Paulette Goddard, la única política en activo, junto a Pedro Sánchez, con instinto de killer, recibe premios por su papel durante la peste, planea su visita al Potomac y subraya que quiere gobernar el PP de Madrid. Nada más natural, pensamos muchos, que rechazamos los juegos de máscaras de los palacios y entendemos que la presidenta de la Comunidad debe también comandar a los suyos. Nada más inquietante, meditan en Génova. Temen que dándole el control del aparato local le estén entregando el penúltimo puente rumbo a Moncloa. Si a sus marejadas electorales le sumamos la fontanería del partido no habrá quien la pare. OK, tengo una noticia: no hay quien la pare. Y la cuestión no es tanto gripar a su mejor baluarte como asumir que toca remar juntos. Con tanto follón y tantos cuchillos los votantes no saben a qué atenerse. Temen un conflicto guerracivilista ahora que las encuestas sonreían al centro derecha. Pablo Casado estaba grogui tras el fracaso monumental en Cataluña, fruto del regreso a la teorías ibuprofénicas, que dejan tirados a los damnificados por el nacionalismo. Hasta que Isabel olfateó el peligro y planteó un órdago colosal, que mutó en unas elecciones a todo o nada. Cuando el duelo acabó la presidenta había sido coronada en el monte Rushmore madrileño, campeona de una batalla contra mil enemigos. La dirección del PP debe entender que su estación termino son las próximas elecciones generales. Blindarse frente a un posible fracaso es un ejercicio abocado a la melancolía.