Terrorismo

Movilizaciones con excusas

«En el momento en que se administra justicia, nadie se venga»

Cuando un grupo social promueve muestras de apoyo público a un asesino con decenas de víctimas a su espalda y encima, para justificar esa iniciativa, acusa a los que la denuncian de «criminalizar» o de «venganza», en lo que está cayendo es en la más indecente e hipócrita de las inmoralidades. Porque es indiscutible que quién se ha criminalizado a sí mismo desde el principio ha sido el asesino al elegir cometer casi una cuarentena de crímenes. En el momento en que se administra justicia, nadie se venga. Se le detiene y encierra para que le resulte imposible seguir matando. No se hace por venganza, sino por el hecho elemental de separarlo de sus congéneres para que no pueda seguir dañándolos. Solo a un infante especialmente retardado se le ocurriría pretender convencernos de que, de no haber sido encarcelado, el asesino se hubiera dedicado -justo a continuación de su último crimen- a la beneficencia y a reconstruir las vidas destrozadas.

Es evidente que todos esos insostenibles intentos de coartadas y excusas, en manifestaciones que dicen convocarse por una cosa y persiguen otra, responden a intereses ideológicos y políticos de sectores muy concretos, todos ellos totalitarios. Pero, comparados con la repugnante homofobia naif de cuatro gatos, son mucho más torticeros y graves los intentos de banalizar y vulgarizar el peso de la culpa de unos asesinos. Porque lo que pretenden es rebajar la importancia del crimen cometido y eso, en el fondo, visualiza obscenamente que no ven mal matar a conciudadanos en algunos casos si con ello alcanzan objetivos políticos. ¿Qué tipo de sociedad enferma encuentra normal pensar así? Si diéramos permiso intelectual para matar por las calles, la vida sería arbitraria y demencial.

Buscar excusas a estas alturas, cuando quedan aún por resolver más de trescientos crímenes perpetrados en nombre del nacionalismo identitario, es simplemente querer añadir, a las cunetas que todavía quedan en nuestro país (donde yacen también precisamente muchos homosexuales represaliados), otra cuneta intelectual en la que sepultar junto a ellos a las víctimas del terrorismo, para, a la vez, enterrar interesadamente la responsabilidad obscena, indecente e inolvidable de los justificadores de los asesinatos.