Pedro Sánchez
La mancha en el corazón
Un puñado de votos para aprobar lo que per se ya son unos lamentables presupuestos constituyen una indignidad.
El fin a 50 años de terror infamante de ETA se lo puso el Estado de Derecho, la labor de policías, jueces y fiscales, la eficaz colaboración internacional, sobre todo de Francia, y el referente permanente de quienes nunca se tomaron la justicia por su mano, pero siempre estarán en nuestra memoria, las víctimas del terrorismo, que son, en el relato que debe prevalecer, las personas inocentes que murieron o vieron destrozadas sus vidas a manos de los terroristas. La causa no fue ninguna cesión, un acuerdo político o la voluntad de ETA de disolverse, ni tampoco un partido político ansioso por mezclar los réditos de lo que no hizo en el pasado con la vergüenza de lo que sí está haciendo en el presente. El balance de la existencia de ETA son sus 857 víctimas mortales. Un daño irreparable que convierte en obsceno hablar de victoria, cuando tantas vidas han quedado truncadas y tantas familias rotas. Y más aún en un contexto político en el que Bildu, la marca actual de aquella Batasuna que formaba parte de ETA, maneja insólitas cuotas de poder, como consecuencia de la debilidad moral y política del PSOE. La necesidad de votos para aprobar unos presupuestos y las perspectivas de futuro en el Gobierno autónomo vasco, aumentan el protagonismo de quien monta homenajes a terroristas y enaltece crímenes que lo único que merecen es condena firme, perdón sincero y colaboración con la justicia. Ninguna de estas tres circunstancias se produjo en la declaración que Otegi, una persona encarcelada en cinco ocasiones, la última en 2009 por un delito de pertenencia a banda armada, hizo esta misma semana, en un intento de auto-blanqueo que no coló, porque sus manifestaciones podrían valer para una emergencia natural, como el terremoto de La Palma, o para un accidente aéreo, pero fueron claramente insuficientes en relación al grave daño causado, trágicamente irreversible, a los cientos de víctimas que ETA eligió matar de forma consciente como parte de un chantaje de terror a los españoles. Por si su actuación vacilante, en doble acepción, no fuera suficientemente esclarecedora, luego supimos que Otegi se va jactando de que la libertad de 200 presos de ETA está en la mesa de negociación de los presupuestos, algo que muchos ya intuíamos, como hemos expresado en estas mismas páginas. Una frase difícil de desmentir, por mucho que Sánchez insista en negarla, toda vez que hemos comprobado que, cuando se trata de sus socios y aliados, es el presidente que siempre miente, o, si no, ahí está el «nunca pactaré con Podemos, porque no podría dormir por las noches» o el «nunca indultaré a los presos del 1-O», hasta que se lo pidió Esquerra. De hecho, con Bildu ya ha protagonizado importantes cesiones, como el acercamiento de 228 reclusos etarras, 64 de ellos en contra del criterio de la junta de tratamiento, y ha aprobado progresiones de grado a terroristas que no mostraban signos reales de arrepentimiento, como le han tenido que reprochar los tribunales. Aunque con Sánchez hemos perdido la costumbre de tener esperanza, el presidente dispuesto a cambiar dignidad por votos debería aceptar el consejo de Cervantes, aquel de «más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón», y animarse a rectificar y renunciar a sumar sus votos con los del oprobio, por razones de ética personal, higiene democrática, dignidad del Estado y respeto a las víctimas. Es necesario que lo haga y está a tiempo de hacerlo. Un puñado de votos para aprobar lo que per se ya son unos lamentables presupuestos constituyen una indignidad.
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