Ione Belarra

El descenso

La legitimidad no puede darse o negarse a las instituciones según nos gusten sus decisiones

Cyrano de Bergerac no fue solo un personaje de una obra teatral. Existió realmente. El ser factual que sirvió de inspiración a Rostand para su drama vivió muchos años antes que él y fue un gran satírico. Era lector de Quevedo y del holandés Erich Van Put y heredó de ambos el gusto por imitar el viaje de Dante a los infiernos, pero en versión de sátira moral, tal cómo hicieron sus maestros.

En aquellos momentos en que las declaraciones de nuestros políticos nos asoman a lo más bajo de la retórica fanática y el matonismo ideológico, hay que refugiarse en la lectura de la carta segunda de Cyrano. En ella, aconseja no creer lo que dice todo el mundo, ya que todo el mundo puede decir de todo. Cuando descendemos al Hades político para seguir la trayectoria de declaraciones como las de Ione Belarra sobre el poder judicial, la carta de Cyrano revela todas sus posibilidades. Allí recuerda que es imposible condenar a la abstinencia a los que no saben vivir sin difamar, pero sugiere no olvidar que el cerebro del difamador encalla tan profundamente en los bancos de la Retórica que terminan desembarcando sin cabeza en la playa del pensamiento. Un inadecuado uso retórico de las diferencias que hay entre difamación y calumnia ha hecho a la ministra Belarra imitar, precisamente en Halloween, al jinete sin cabeza. Es grave acusar a los demás de un delito que no han cometido, pero todavía más si se trata de instituciones a las que ella representa. La legitimidad no puede darse o negarse a las instituciones según nos gusten sus decisiones. Curiosamente, cuando eso sucede, los que salen a la palestra para apoyar esos tristes episodios son siempre políticos con muy pocos votos, que parecen salidos de un casting de «Delicatessen».

En ese punto la clava Cyrano, cuando dice que si la falta de capacidad es causa de longevidad, serán esos corifeos quienes escribirán el epitafio del género humano.