Yolanda Díaz
La «prima donna» de izquierdas
Unos buenos datos demoscópicos en el perfil personal no bastan si detrás no hay un aparato de partido con algo más que el humo divisado el pasado fin de semana en la sentada valenciana
Confío en que esto se tome como la humilde constatación de una realidad y no como una crítica –nada más lejos de mi intención– al buen hacer del elenco de jóvenes y no tan jóvenes periodistas que frecuentan el Congreso de los Diputados y toman declaraciones en el patio de las Cortes a la salida de sesiones como la del control al Gobierno los miércoles por la mañana, pero he sido testigo de escenas recientes como las protagonizadas por la nueva «prima donna» de la izquierda española Yolanda Díaz apareciendo en ese patio de la Carrera de San Jerónimo ante una verdadera y auténtica nube de informadores ávidos como es natural de charlar con uno de los nombres del momento, para venderles con toda naturalidad y sin que a nadie extrañe banalidades propias de la izquierda más almibarada, de esas envueltas en los clichés que nunca fallan por inocuos pero que esquivan ante el beneplácito de la concurrencia cuestiones más peliagudas como las relativas a la reforma laboral o sencillamente a la relación con lo que queda en el Podemos de Ione Belarra e Irene Monero. Todo queda nublado por el manoseo de vaporosos términos semánticos como «diálogo». Siempre nos ha encantado a los periodistas sublimar a supuestas estrellas potenciales en una patológica necesidad por ser parte testifical ante la eclosión del naciente astro.
Pero vayamos a la realidad. Por ejemplo en un momento en el que algunos analistas hablan de dos mujeres, Isabel Díaz Ayuso y de Yolanda Díaz como las auténticas referentes actuales en la política española, no está de más recordar que todavía existe alguna que otra nada menor diferencia entre ambas, sobre todo porque la primera ya ha demostrado ser una realidad con el éxito rotundo e inapelable en las urnas haciendo saltar por los aires algunas fichas del tablero político en los últimos meses, mientras que la segunda todavía mantiene sobre este particular el «curriculum» de haber concurrido a una elecciones autonómicas –las últimas gallegas– bajo las siglas del conglomerado de las «mareas» –otra plataforma en este caso frustrada– obteniendo cero escaños, así de sencillo y así de crudo. Es cierto que la experiencia gallega en nada es extrapolable al ámbito nacional, como también lo es –y la política española ya ha brindado ejemplos con nombres y apellidos en la últimas décadas– que unos buenos datos demoscópicos en el perfil personal no bastan si detrás no hay un aparato de partido con algo más que el humo divisado el pasado fin de semana en la sentada valenciana de buenismo pseudo feminista. Pero nos encantan las comunistas de «Bimba y Lola».
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