Política

La importancia del «odioma»

Pobre niño frágil y español, acaso escuche de fondo las consignas del nacionalismo vozalón. Han dado hasta su nombre y piden que se apedree su casa

Conozco a uno de Pamplona que de chaval pasaba el verano en Salou y ligaba con las guiris de bolea, esto es justo al bajar del autobús. Los de Pamplona pasan tanta parte del verano en Salou que en los quioscos se vende una edición propia del «Diario de Navarra». Aquí mi amigo cuando era un adolescente bien parecido y cantarín, se amancebaba con las turistas de manera instantánea antes mismo de que estas pusieran terminaran de bajar el último escalón del autocar. A estos titis de costa, el Estado debería ponerles un sueldo para que pasaran la vida ejerciendo de Centro de Atracción y Turismo. Uno de mis mejores amigos hacía lo propio en San Sebastián, pero le sucedía casi sin querer. Andaba como nadie en el monte, esquiaba con mucho estilo y componía sonetos en las servilletas de los bares y estas costumbres constituían un perfume que las nórdicas que pasaban el verano en La Concha identificaban desde el avión a 11.000 pies de altura, y no me pregunten por qué, pero no podían resistirse. Un día, se aburrió de siempre lo mismo. Mi amigo navarro de Salou, en cambio, sufrió un quebranto doloroso cuando otro le levantó el ligue hablando en el idioma de Boris Johnson. Se enfadó mucho y, a la vuelta en Pamplona, le pidió a su padre que le apuntara a inglés. Así encontró la clave del amor universal y un gusto exacerbado por las academias de idiomas. Hoy, habla perfectamente cinco lenguas y se apaña con otras tantas.

Si le quitas todo el aparataje ideológico y cultural, al final los idiomas sirven para que la gente no duerma sola, y me lo digo delante de la imagen de las protestas de Canet de Mar en la que el matonerío independentista protesta por la existencia de un niño en el pueblo cuya familia pretende que reciba el 25% de clases en castellano. El consejero de Educación de la Generalitat apoyó la marcha e hizo sus declaraciones solamente en catalán para que los medios castellanoparlantes las subtitularan. «Es un buen día para que pase así», dijo y tenía razón, pues se comprendió perfectamente cuando uno habla una lengua para que el otro no le entienda.

Pobre niño frágil y español, acaso escuche de fondo las consignas del nacionalismo vozalón. Han dado hasta su nombre y piden que se apedree su casa. Las lenguas no tiene derechos; los tienen las personas y este niño tiene derecho a estudiar en su lengua materna. Las lenguas hay que respetarlas porque alguien alguna vez le cantó una nana a su hijo en ese idioma, y eso es sagrado también para el español que habla la familia del chaval. Me gusta mucho el catalán cuando queda desnudo de la carga ideológica con la que lo arman. Circula por la red un vídeo impresionante de castellers grabados con un dron. Escucho las arengas en catalán a los niños que llegan a lo alto de la torre de cuerpos y no las comprendo, pero me encienden el corazón y se me ponen los pelos como alcayatas.

Han convertido al catalán en una lengua de protesta, de discriminación y en una herramienta de poder. En un «odioma». Muchas veces al salir de Euskadi sentí las sospechas y el odio que despertaba el euskera al escucharse en un bar, y por eso a mis hijos les canto nanas en euskera y cuando se hacen daño, de vez en cuando les digo «maitia» –cariño– y «bihotza» –corazón–. Una de las estrategias del separatismo consiste en crear odio hacia su lengua y su cultura para así justificar sus alienantes fechorías. No debemos permitirlo.