Pedro Sánchez

No diga sátrapa, diga Sánchez

Sánchez se irá tan ricamente en Navidad a pasear por las 6.000 hectáreas de Quintos de Mora y las 11.000 de Doñana sin la agobiante careta que prescribe al resto de la ciudadanía

Que la idea de encerrarnos o fastidiarnos la existencia le pone a la izquierda lo demuestra la orgásmica cara que exhiben sus contertulios cada vez que tocamos el temita en los debates televisivos. Siempre se han mostrado compulsivamente favorables de confinarnos con la excusa de la pandemia. Daba igual que la incidencia se hubiera desplomado, que la evidencia científica certifique más allá de toda duda razonable que el índice de contagios en bares y restaurantes no supera el 1%, el caso era y es chapar hostelería, tiendas, discotecas, toda suerte de negocios y mandarnos a casa. Les debe traicionar el subconsciente, los genes o vaya usted a saber qué porque les encanta comportarse como ese Frente Popular que tanto apego tenía a las siniestras chekas o como esos países comunistas allende el Telón de Acero que decretaban estados de alarma, sitio o excepción cada dos por tres. Por eso odian tanto a Ayuso, porque es una referencia no sólo a nivel nacional sino también planetario de cómo luchar eficazmente contra el virus sin cargarse la economía. Pedro Sánchez es el cerebro de este liberticidio. La pandemia ha venido de perlas al presidente menos votado desde 1977 para imponer una suerte de autocracia en España. Decretó dos estados de alarma ilegales con un par, cerró el Parlamento a través de su subordinada Batet, ordenó a la Guardia Civil «perseguir desafectos al Gobierno [sic]» en las redes, chapó el Portal de Transparencia para que no se pudiera preguntar sobre los sospechosos contratos del Covid y se dedicó a atacar por tierra, mar y aire a los madrileños en la persona de su presidenta. Lo del Parlamento fue especialmente grave en términos democráticos porque Meritxell Batet, que es la presidenta del Congreso más entregada al Ejecutivo en 44 años, y eso que el listón estaba alto, cumplió sus órdenes sin rechistar. Para calibrar el autoritarismo del pájaro monclovita baste recordar que el Parlamento británico jamás se clausuró durante la Segunda Guerra Mundial pese a que la Luftwaffe freía Londres a bombazos día sí, día también. Por no hablar del intento de colar de matute, aprovechando ese totalitario ralentí parlamentario, una reforma exprés del ya de por sí escandaloso sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial. Retoque que pasaba por anular el actual procedimiento de mayoría cualificada para dejarlo en una simple plagiado del que implantó el narcodictador Hugo Chávez para asesinar la independencia judicial en Venezuela. El sátrapa que se esconde detrás de la amable a la par que cursi apariencia de Sánchez da un giro de tuerca más al obligarnos a pasar por el aro de una mascarilla en exteriores que no impuso en olas anteriores con muchos más muertos y hospitalizados. Medida que, por cierto, un sinfín de expertos ha calificado de «inútil» por «innecesaria» y que muchos ciudadanos se aprestan a incumplir. Lo cual me parece maravillosamente bien porque basta ya de coerción, de diktat, de jodernos la vida. Y basta ya también de vendernos que es el fin del mundo cada vez que se disparan las cifras. Tan cierto es que Ómicron es la variante más contagiosa como que el número de hospitalizados en planta o en UCI y el de fallecidos es entre tres y cinco veces menor que las Navidades pasadas. Vacunación, vacunación y más vacunación, no hay otra receta. Eso sí: Sánchez se irá tan ricamente en Navidad a pasear por las 6.000 hectáreas de Quintos de Mora y las 11.000 de Doñana sin la agobiante careta que prescribe al resto de la ciudadanía. Que todavía hay clases. Franco estará orgulloso de él.