Internacional

Putin y la seguridad de Rusia

Las ideas del presidente ruso tienen un trasfondo no ya soviético sino casi milenario. La idea nacional rusa es de naturaleza imperial

Poniéndonos tremendistas, la amenaza de Putin a Ucrania podría recordarnos un poco a la de Austria-Hungría a Serbia, que arrastró a Europa y buena parte del mundo a una guerra que nadie quería. O el conflicto en la región de Donbass, en el este de Ucrania, podría tener mayor similitud con el desmembramiento de Checoslovaquia por la cuestión de los Sudetes, con mayoría de población alemana, en el que el apaciguamiento de los occidentales a Hitler en la conferencia de Munich fue seguido por la invasión de Polonia y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Hitler era un irredentista que quería recuperar lo perdido como consecuencia de la PGM y liberar a alemanes que se habían quedado bajo soberanías ajenas, pero esas reclamaciones no eran más que el primer paso hacia un Tercer Imperio alemán de expandidas fronteras y radical supremacía étnica.

Putin deplora la implosión de la Unión Soviética, que ha considerado la mayor «catástrofe» geopolítica del siglo XX. La geopolítica es la política exterior determinada por la geografía. Un vecino colindante puede ser una amenaza y la mejor forma de eliminarla es tragándoselo. La frontera avanza, pero más allá se encuentra con nuevos vecinos que otra vez puede ser necesario neutralizar. Ese es una de las dinámicas por las que se crean los imperios.

Putin recibe la herencia de una Rusia despojada de las supuestas repúblicas falsamente federadas en una unión férreamente centralizada. Lo que Stalin había imaginado como mecanismo de continuidad del imperio ruso se convierte en fórmula de disolución. Pero ahí se detiene el proceso. Rusia sigue siendo nominalmente una federación de 85 territorios, de los cuales 22 son repúblicas autónomas, pero Putin aplastó en Chechenia a sangre y fuego cualquier ulterior veleidad emancipatoria de base étnica.

En cuanto a las nuevas repúblicas independientes, el llamado «extranjero cercano», Putin ha tratado de crear organizaciones regionales a través de las que ejercer la preponderancia rusa, lo que no ha funcionado, pero no ha dejado de utilizar la fuerza militar, con notable éxito, siempre que la ocasión le ha parecido propicia, como en el 2008, con USA enzarzada en Irak, arrancándole a Georgia un trozo que no se sentía muy feliz en el nuevo estado e imponiendo a los georgianos el veto a su entrada en OTAN. De mucha mayor transcendencia es su intervención en Ucrania en 2014, después de que el país se deshiciera de un presidente que era un compinche de Putin y sus oligarcas. Alentó la sublevación contra Kiev de los rusos del Este e intervino en una guerra que va a entrar en su noveno año, aprovechando la ocasión para cobrarse una pieza mayor con la anexión de la península de Crimea.

Putin es un fino estratega que ha ido apuntándose importantes logros con modestos medios, como son una economía renqueante, que no acaba de despegar de su riqueza en hidrocarburos, y un régimen de oligarcas cleptócratas que él maneja y preside. Nunca ha aceptado el orden que surge del desmoronamiento soviético, contra el que mantiene un perpetuo revisionismo, explicitado en muchas de sus declaraciones. Se proclama decidido partidario del orden salido de la SGM, en el que las superpotencias se respetaban sus respectivas esferas de influencia, lo que, según él, aseguró tres cuartos de siglo de paz internacional. O sea, la perpetua tensión de la guerra fría, con la espada de Damocles nuclear. La realidad es que la forma de «mandar» de los Estados Unidos no tenía nada que ver con la de la URSS, como tampoco la forma de adhesión de los componentes de cada esfera. El punto de vista de Moscú lo retrató Kennedy espetándole a Kruchev: «Para ustedes lo suyo es suyo y lo de los demás es negociable». Parte sustancial de la negociación, ya se sabe, reside en la fuerza.

Putin ha expuesto sus ideas mezcladas de propaganda o, según la terminología soviética, de «desinformación», que sigue practicando ampliamente, en dos escritos recientes: A mediados del 2000, en un artículo de 10.000 palabras en la revista americana de seguridad internacional The National Interest, y recientemente en otro artículo en la sección en inglés del sitio web del Kremlin. Sin renunciar a lo «negociable», como su oportunista intervención en Siria, para poner un pie en el Oriente Medio y erosionar el poder americano, nuestro autor se queja amargamente no ya sólo de lo que le han robado a Rusia, sino también, o incluso sobre todo, de la inaceptable amenaza que algunos de esos países, principalmente Ucrania, y la OTAN, representan para Rusia. Así todas sus agresiones resultan tener un carácter defensivo. Pobrecita OTAN, cada vez menos relevante.

Las ideas del presidente ruso tienen un trasfondo no ya soviético sino casi milenario. La idea nacional rusa es de naturaleza imperial. Desde su segundo nacimiento medieval, en el siglo XIII, en torno a Moscovia (el primero había sido en torno a Kiev) Rusia no ha dejado de crecer. Los buenos tiempos se saldaban con expansiones. Desde la conquista del kanato de Kazán por Iván el Terrible, en 1452, con el desbaratamiento del poder mongol, algo análogo a nuestra toma de Granada, hasta 1917, a razón de una media de 100.000 kilómetros cuadrados por año, unas 73 veces España. La historia pesa.