Política

PSOE, PP y el ejemplo alemán

Por desgracia, los pactos a la alemana son de momento en España una quimera

¿Tan marciana resulta la hipótesis de un acuerdo político nacional entre los dos grandes partidos hegemónicos para garantizar la estabilidad y la gobernabilidad sin tener que recurrir al chantaje de los extremos y los enemigos del sistema? La pregunta peca de ingenua teniendo en cuenta unos precedentes en el «ADN» de PSOE y PP que siempre han mostrado, no solo el rechazo casi total a mirar de frente a su parroquia caso de haberse entendido con el rival, sino una disposición ciega a pactar, si es preciso con el diablo con tal de mantener el poder o evitar su pérdida. Eso de grandes pactos de estado a la alemana entre conservadores y socialdemócratas incluyendo gobiernos de coalición es algo que, ni está ni se le espera en una política española que hoy mira hacia las elecciones de mañana en Castilla y León, piedra de toque en la que, con independencia de quien resulte ganador, este interrogante tal vez vuelva a ponerse sobre la mesa.

La situación de nuestra política, ya sin mayorías absolutas y con fuerzas nada menores e incluso crecientes en los costados contiguos de socialistas y populares, como poco llama a despojarse de hipocresías, puesto que difícilmente se le puede exigir a la formación de Pablo Casado un compromiso previo de no entendimiento con la «extrema derecha» donde pretende englobarse a Vox en un claro ejercicio de brocha gorda, mientras que los socialistas llegan a acuerdos con anti sistemas, separatistas o herederos políticos de una violencia etarra que, entre otras cosas, no condenan. Resultaba especialmente indicativa la respuesta de los oyentes internautas a la encuesta formulada ayer en la web de Onda Cero: ¿cree que PP y PSOE deberían llegar a acuerdos de gobierno para prescindir de los extremos? La respuesta abrumadoramente demuestra dos cosas. Una, que este debate va a colarse de rondón en el patio político según se vayan concretando próximas convocatorias electorales y la otra, que el sentir de la muy cafetera militancia no tiene porqué corresponderse con el sentir del votante.

Por desgracia, los pactos a la alemana son de momento en España una quimera y hasta que dejen de serlo, tal vez sería más honrado no exigirle al adversario cordones sanitarios que, ante la ausencia de mayorías absolutas, le condenarían a una eterna oposición. Ergo, si se pretende dar lecciones de pedigrí democrático señálese de entrada la viga propia –dos años de legislatura no precisamente en solitario– frente a la paja ajena.