Opinión

Los malos

En 1938 se quitaron las caretas cuando con la invasión de las zonas alemanas de Checoslovaquia para unirlas al imperio de los mil años. En ese momento, ante la pasividad del resto de las potencias europeas, se firmaron acuerdos que en menos de cinco años supusieron la vergüenza para los defensores de las democracias. Nadie sabía nada de lo que los buenos alemanes le hacían a todo aquel que no quisiera pasar por el aro. Ahora conocemos los horrores y los errores que se cometieron gracias a la tibieza política frente a la barbarie totalitaria. En estos momentos se libra una guerra de balas y misiles contra un Estado soberano que parece que no tiene derecho a decidir sobre su futuro. Y en Ucrania, allí mismo, hay seres humanos capaces de destruir un teatro lleno de gente. No estaban allí para ver una ópera, sino para tratar de salvar la vida. Asombrados, nos llevamos las manos a la cabeza sin poder articular palabras. ¿Cómo han podido estos rusos tan provechosos, tan ricos, tan llenos de dinero a los que les poníamos alfombras rojas, apoyar a un líder tirano como Putin? Si parecían inofensivos, cuando se bajaban de sus cochazos y nos dejaban el bolsillo repleto de dinero. Lo eran o no tanto, porque ahora comenzamos a poner en duda apellidos como el de Abramovich y sus 1.500 millones de euros, que en pocas horas ha pasado del generoso propietario del Chelsea a «refugiarse» en Moscú junto al resto de «oligarcas», al abrigo del Kremlin, hasta que vuelva la normalidad, ojalá, y sea de nuevo bienvenido en el oeste del paraíso. Sucederá, no tengan duda. A finales de los años cuarenta los grandes jerarcas que ayudaron a subir al poder a Hitler seguían amasando sus fortunas, intactas, bajo el dominio de la futura RFA y hoy siguen ahí, porque el dinero no entiende de política ni de humanidad. Si esto acaba, ojalá sea pronto, volveremos a doblar el lomo como siervos, ante el dinero ruso. Esté manchado o no, no provoque asco o no.