Opinión
La selección nacional en Cataluña
La presencia de la selección nacional de fútbol en Cataluña, concretamente en el estadio del RCD Espanyol de Barcelona, para disputar un amistoso contra la selección de Albania, ha dado lugar a todo tipo de lecturas políticas por parte de unos y otros. El hecho de que la calidad del partido, su resultado, etc., haya pasado prácticamente inadvertido para ceder el protagonismo al ambiente vivido en la grada, ya revela que la noticia era el que la selección volviera a tierras catalanas tras dieciocho años de ausencia, y contrastar su acogida por la afición. Así, su presencia era vista como un test para medir la «actual españolidad» de esta Cataluña que todavía no ha salido totalmente del bucle melancólico en que la sumergió el desdichado procés, que ya va para diez años si nos remontamos a su momento de ignición con la Diada de 2012.
El veredicto es unánime en cuanto a la oportunidad y acierto de esa presencia, que no fue sólo futbolística sino también «política y nacional» por las consideraciones referidas. La respuesta de la afición y del público muestra que, sin duda, Cataluña está necesitada de la presencia cercana de instituciones que representen el sentimiento de españolidad para poder exteriorizarse.
Hace unas semanas tuvimos ocasión de comentar la extraordinaria acogida en aguas barcelonesas del Buque Escuela de la Armada Juan Sebastián de Elcano, cuyas 12.000 invitaciones puestas a disposición para visitarlo se agotaron con particular rapidez. Ahora, este partido de fútbol ha ratificado un estado de necesidad de esa presencia nacional, que hace treinta años, con los JJOO de Barcelona’92, ya tuvo la oportunidad de proyectar al mundo una imagen de Barcelona como «Cap i Casal» de la mejor Cataluña.
No deja de ser interesante también comprobar lo acertado de esa presencia en el escozor de algunos medios. Un diario deportivo barcelonés ha tenido que pedir disculpas por un titular que retrata lo peor de ese tribalismo etnicista y supremacista, permitiéndose calificar a los seguidores de la selección como de «colonia española en Cataluña», y compararla con la también nutrida colonia peruana, que acogió entusiásticamente el último partido hace 18 años. Con el tratamiento dado al espectáculo no podía ser menos la televisión pública catalana TV3, cadena que en su programación segrega sistemáticamente a la mitad de la población.
Esas reacciones deberían bastar para normalizar la presencia del Estado en Cataluña a través de las instituciones que representan a España. Al fin y al cabo, no debe olvidarse que «solo se defiende lo que se ama, y no puede amarse lo que no se conoce…».
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