Agricultura

Clamor en el campo

Tengamos en cuenta las consecuencias de una mala política económica, como consecuencia del vínculo de la situación creada por problemas sociales que intentan resolverse de manera demagógica

Al oírlo, tendríamos que haber tenido en cuenta varias cosas importantes. La primera, que en la historia social de España existe un poder compensatorio, que teníamos –junto a nuestro retraso en la Revolución Industrial–, respecto a lo que ocurría en el campo. España ofrecía obtener, con rapidez, ventajas en el ámbito rural. Y esa fue la razón de nuevos planteamientos de la estructura socioeconómica en la economía rural –a partir de Campomanes y Jovellanos–, y que llegan hasta ahora mismo. Véase el artículo de Jaime Lamo de Espinosa, que muestra cómo pareció haberse conseguido ese objetivo, en: Agricultura, alimentación y medio rural, durante el reinado de Juan Carlos I, en Información Comercial Española, mayo-junio 2006.

Pero también es necesario eliminar toda acción violenta en el ámbito rural, que en España tiene el antecedente del llamado espartaquismoagrario, nacido como consecuencia remota de sociedades secretas a partir del siglo XVIII, y culminadas durante la II República, con acontecimientos como Casas Viejas, que dieron lugar a reacciones sociopolíticas tan notables como fueron ciertos sucesos de Carrión de los Condes y su emulación de Fuenteovejuna.

Adicionalmente, tengamos en cuenta las consecuencias de una mala política económica, como consecuencia del vínculo de la situación creada por problemas sociales que intentan resolverse de manera demagógica y que generan un caos creciente proyectado sobre el mundo campesino, con muchísima fuerza. Ahora, puede ser, por ejemplo, la situación inflacionista; o el caos en la energía y en los transportes; y el olvido de los gobernantes de la Ley de King, –como sucedió en 1931 en España–, sin tener en cuenta la gran aportación efectuada por Phillips, cuando señaló, en su famoso artículo en Economica, las relaciones que en determinados momentos estructurales existen entre el incremento de salarios y el desempleo, con tensiones sociales complementarias.

Existe un caso que, para los economistas españoles, expuso Perpiñá Grau en un célebre ensayo titulado Der Wirtschaufbau Spaniens und die Problematik seiner Aussenhandelspolitik, en weltwirtschaftliches archiv, 1935, donde, en la pág. 111, aparece una nota que ampliará, así –en la versión española, la pág. 54, titulada De economía hispana (Barcelona 1936)–, el texto alemán, referido a una política económica rural mal planteada en España. En él, se incide en el caos originado por la ignorancia de la Ley de King, al importar trigo argentino para abaratar el pan como alimento básico del grupo más pobre y, al mismo tiempo, plantear una política social vinculada a la iniciada por Largo Caballero. El texto que recoge Perpiñá, es el siguiente: «Como consecuencia del gran descenso, a causa de esas medidas citadas en el tenor de vida del labriego cerealista español», reproduce la conversación entre el Gobernador Civil y un propietario de tierras castellanoleonesas, con motivo de la Ley llamada de Términos Municipales (28 de abril, 1931), por la que el Gobierno intentó evitar paro obrero campesino, obligando a los propietarios a contratar los obreros en paro, de su término municipal. El Gobernador había impuesto una multa a un pobre propietario por no querer admitir a un obrero; este propietario tenía dos hijos y poca tierra; al obligarle de nuevo el Gobernador a pagar la multa y a tomar al obrero,… con lágrimas, toma este campesino una enérgica determinación: «Ahí tiene usted, –le dice al Gobernador– 70 duros. Es la soldada del verano para el obrero. Los he buscado bajo las piedras sin hallarles; al fin, me les han dado prestados, a cuenta del grano que recoja. Aquí están. Déselos usted mismo, señor Gobernador, o quien usted designe. Pero que no vaya siquiera por mi casa, porque eso no. No me hace falta que trabaje si ha de comer con nosotros, porque usted ya sabe que no es sólo la exigencia de una soldada como nunca, sino que ahora no les podemos dar de comer lo que comemos nosotros, porque dicen que tienen derecho a mejor alimento. Si va a casa tendríamos que ponerle mejor comida, y eso a mis hijos no quiero hacérselo, porque, con mucha razón, me lo echarían en cara. Y comer todos como él, eso no; porque sería trastornar nuestro régimen de vida, nuestra economía, haciendo después una costumbre de esto, un gasto superior a lo que ganamos. Nos hundiría …». Perpiñá transcribe exactamente lo que sobre ese suceso aparece en El Norte de Castilla, del 17 de noviembre de 1933; acababa de ser Presidente del Gobierno Martínez Barrio, sucediendo a Azaña.

Estos clamores del campo, entonces y ahora, tienen un impacto grande y no pueden ignorarse. Y, sobre todo, cuando suceden a la etapa señalada por Jaime Lamo de Espinosa, en la que se logró –siendo él Ministro–, poner las bases para que no surgiese ningún otro clamor.

Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático