Guerra en Ucrania
Lo ves y no lo crees
Si la realidad puede ser falsa cada uno puede sentirse más solidario con el bando que le caiga simpático, como a Bildu, que le gusta Putin
Miles de civiles muertos a tiempo real y, sin embargo, en algunos puntos del mundo, sobre todo en Rusia, y también aquí, hay quien no cree que de verdad la muerte lo tenga tan fácil, que la mujer con las uñas pintadas de rojo no es Irina sino un maniquí colocado por el ejército ucraniano para hacernos ver que los rusos son unos desalmados, que Rusia, en vez de con un ejército de coroneles de carrera actúa con un grupo de bárbaros capaces de jugar al billar con la cabeza de un bebé. Este ver y no creer, no por una incredulidad tomasiana sino por el despiste que nos provoca el cambio entre realidad y ficción, ilustra lo cerca que estamos de un videojuego y lo lejos que queda Kiev, es lo que desorienta el navegador de las mentes humanas. Si la realidad puede ser falsa cada uno puede sentirse más solidario con el bando que le caiga simpático, como a Bildu, que le gusta Putin, y además están acostumbrados a ver o que le hayan relatado cómo caen los cuerpos al suelo después del sonido de las balas. Quien se arrodille ante el presidente Fantomas sepa que se vuelve cómplice de la muerte de Irina. Una víctima más o menos, dirán, qué más da.
Entre medias ocurren cosas estúpidas como comparar Guernica y Paracuellos, y cómo no podía conocer Zelenski la matanza de inocentes por las fuerzas comunistas. Siento discrepar. Con la alcachofa en la mano y una cámara apostada en la Puerta del Sol habría que ver cuántos españoles conocen qué pasó en Paracuellos. No digamos si la pregunta es qué sucedió en Casas Viejas y si la franja de edad es de menos de sesenta años. La propia Guernica tiene ensombrecido el drama por el nombre de un cuadro de encargo. Menos mal que el nuevo sistema educativo acabará con estos despistes, los niños podrán gritar puta y los diputados son duchos en Historia y pueden darnos lecciones escritas como una chuleta en papel higiénico.
Un cadáver en el suelo de la cocina de una casa de Bucha. Los ojos se me escapan del centro de la escena al resto de la naturaleza muerta. Cómo descansa el hule sobre la mesa con los restos de bolsas de plástico del supermercado y de qué manera el cuerpo de la anciana sin vida impide el paso ordenado hasta los sartenes, cerrados con tapa en el fogón apagado. Esas pequeñas miserias de azulejos gastados y almanaques que se aburren en la chincheta hacen aún más grande a la anciana. Yo lo veo y me lo creo.
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