Vox

Explicarnos, entendernos y la libertad de expresión

Por segundo año consecutivo el informe anual del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre Derechos Humanos apunta a España en la categoría de la libertad de expresión

Insistía Giulio Andreotti en que Italia no era un país fácil de explicar a los extranjeros. «A los trenes más lentos se les llama rápidos y el ‘Corriere della Sera’ (‘Mensajero de la tarde’) se publica por la mañana», repetía el exprimer ministro en un abreviado intento de transmitir la esencia transalpina a través de dos ejemplos tan gráficos como certeros. Eso, precisamente, el tratar de hacernos entender ante la mirada ajena, dejar que nos vean y que nos comprendan, difundir la propia idiosincrasia, eso, suele resultar una ardua tarea. Pero no solo. Cómo nos perciben los demás actúa también como fiel espejo, reflejo de todo aquello que desde dentro no se advierte y puede convertirse, incluso, en acicate de análisis y mejoras. En otras ocasiones, por el contrario, al más puro estilo avestruz, rechazamos las apreciaciones e impedimos cualquier posibilidad o resquicio de avance. Y en esas estamos.

Por segundo año consecutivo el informe anual del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre Derechos Humanos apunta a España en la categoría de la libertad de expresión. El examen, que se realiza por ley desde los años 60, no considera, ni mucho menos, que tengamos un problema nacional en este ámbito (que no cunda el pánico, seguimos en el top de las democracias), pero sí recoge determinados comportamientos lo suficientemente alarmantes como para merecer un reproche. En concreto, señala a dos partidos, Podemos y Vox, y su relación con los medios. Detalla cómo el primero emitió un vídeo, durante la campaña electoral de Madrid del 4-M, en el que recurría a imágenes de periodistas con fines intimidatorios y, respecto al segundo y en el mismo periodo, incluye la denuncia de Reporteros Sin Fronteras por «tratar de estigmatizar a periodistas mediante el acoso ‘online’ y prohibiéndoles cubrir sus actos».

Ambas conductas, criticables y reprobables, se inscriben en ese eterno desorden, tan peligroso, que confunde el derecho a la información con la discrepancia legítima y olvidan que para que se dé la segunda, debe permitirse, siempre, el primero. Sin asumir abiertamente esta premisa tan básica a poca conclusión democrática podrá llegarse y se reincidirá en un desajuste que amenaza con perpetuarse y sobre el que, otra vez y desde fuera de nuestras fronteras, ha vuelto a colocarse el foco. Que ha pasado un año del primer aviso, pensarán, y todo sigue igual. Qué inexcusable recordar a Andreotti y su afán por hacerse entender. Aunque, quizá, antes de aspirar a que nos comprendan otros, deberíamos conseguirlo primero entre nosotros.