Religion

Un cardenal amigo

Carlos Amigo Vallejo, uno de los grandes hombres que se va y que ha contribuido en España, en tiempos de cambio, a la convivencia civilizada, a la tolerancia y a la reconciliación

Lo han llamado el cardenal de la Giralda por su estrecha vinculación con Sevilla de donde ha sido arzobispo muchos años. Su huella será allí imborrable. Sucedió a Bueno Monreal, que son palabras mayores, y no le fue a la zaga en la tarea pastoral y en la categoría humana. Es normal que doblen hoy tristes las campanas de la Giralda. Allí, en la tierra de María Santísima, el humilde franciscano hecho cardenal, elector de varios papas, terminó de dulcificar su carácter castellano. Carlos Amigo Vallejo, uno de los grandes hombres que se va y que ha contribuido en España, en tiempos de cambio, a la convivencia civilizada, a la tolerancia y a la reconciliación, procedía de un pequeño pueblo de Valladolid, o sea, de la España vaciada, y supo compaginar con naturalidad su ecumenismo, la sobriedad castellana y la exuberancia del barroco sevillano.

Le iba el apellido como el anillo a su dedo de cardenal. Era amigo de todos, fueran creyentes o increyentes. No tenía inconveniente en dialogar con laicistas y anticlericales, que tanto abundan en este país de pícaros y rufianes. Llevaba la bondad en la cara descubierta. Antes de ser destinado a Sevilla fue arzobispo de Tánger, en la frontera de la fe, donde convivió día y noche con el Islam. Fue un buen aprendizaje, que le modeló aún más su acogedora alma franciscana. Carlos Amigo fue un piadoso y humilde hombre de Iglesia con las ventanas y la puerta siempre abiertas a las inquietudes humanas. Le tocó recibir en la Giralda a Juan Pablo II, que beatificó allí a Sor Ángela de la Cruz, y ceder el palacio de San Telmo a la Junta de Andalucía. Fue siempre un ejemplo de acogida y moderación.

Tengo que confesar que se ha marchado inesperadamente sin poder llevar a cabo un compromiso que tenía conmigo. El cardenal Amigo había aceptado presentar en Madrid mi último libro, «Diario de Marcos». Enseguida pensé en él como la persona adecuada. Aceptó en cuanto se lo propuse. Sé que leyó la obra con interés y complacencia. Tuvimos varias conversaciones. El acto iba a ser en el salón de actos de la Asociación de la Prensa. Habíamos distribuido ya las invitaciones cuando hubo que suspender abruptamente la función por culpa del covid y la orden de reclusión. Estos días pensaba llamarlo para tratar de recuperar la idea y hacer por fin la presentación. La noticia de su muerte me ha pillado a contrapié y me ha conmovido. No tengo más remedio que expresar aquí mi gratitud, mientras doblan por un amigo las campanas de la Giralda.