Política

Vuelve la mayoría absoluta

El debilitamiento de las posturas más extremistas es lento pero sostenido

La autodenominada, y ahora sabemos que excesivamente autovanagloriada, «nueva política» nos quiso enseñar hace unos años que las mayorías absolutas eran malvadas por definición. Como consecuencia de esa doctrina, resultaba imprescindible jibarizar a los dos grandes partidos –PSOE y PP– y atomizar los parlamentos: cuantos más partidos, mejor. Y así ocurrió desde 2015, cuando Podemos y Ciudadanos irrumpieron en las instituciones con una notable representación, y después apareció Vox, con las mismas ínfulas que los anteriores.

Fruto de ese «troceamiento» político, hemos asistido en estos años a gobiernos minoritarios y, por tanto, inestables, tanto en el ámbito nacional, como en el autonómico y el municipal. Y, como segunda variable, la polarización ha crecido y avanzado, y se ha enseñoreado entre nosotros. Pero todo lo que sube, baja.

En paralelo a los gobiernos de coalición, difícilmente sostenibles en el tiempo, ya hay varias comunidades autónomas cuyos ciudadanos han optado por conceder mayorías absolutas. La última, Andalucía. Su electorado ha otorgado a un solo partido (en este caso el PP) el poder de gobernar sin dependencias externas, sin verse obligado a negociar hasta lo innegociable, y reduciendo la influencia de los partidos más radicales.

Lo ocurrido este domingo en las elecciones andaluzas no tiene que ser, necesariamente, una guía a seguir por los votantes de otras comunidades o del conjunto del país. Sin embargo, el debilitamiento de las posturas más extremistas es lento pero sostenido. Eso que Pedro Sánchez llama «el espacio de Yolanda Díaz» (lo que siempre se ha conocido como Podemos y sus confluencias) ha perdido votos sucesivamente en las elecciones vascas, gallegas, madrileñas, castellano-leonesas y andaluzas. Solo en Cataluña consiguió mantener lo que tenía, pero ni un solo voto más. Y Vox ha sufrido un frenazo en Madrid y en Andalucía. Solo en Castilla y León ha logrado ser determinante.

El radicalismo no va a desaparecer de las instituciones, pero ahora languidece. Afloró en una circunstancias políticas y sociales determinadas, y ahora experimenta un cierto decaimiento cuando los elementos ya no le son tan favorables. El bipartidismo no ha vuelto, pero no conviene descartar que su resurrección esté más cerca.