Cultura

Memoria universal

Queda aguardar el tipo de individuo que sobrevendrá con una memoria que siente más cercano el deshielo de Islandia que la derrama de la fachada

Ya no tenemos una memoria local, que era la memoria de nuestros abuelos y ancestros, que estaba hecha de las menudencias que brinda lo cotidiano, esos acontecimientos minúsculos que reclutábamos del barullo que flota en lo vecinal y hasta de lo mancocomunal. La globalización nos ha traído una memoria distinta. Una memoria que habría que definir como internacional, mundial, universal y hasta universalista, que es precisamente la que tiene el hombre nuevo, que no es Zaratustra y tampoco nietzscheano, pero que es el individuo que nos ha tocado ser en el siglo XXI. Los recuerdos de los niños no proceden de juegos de barrio o aventuras de patios de manzana. Su memoria ahora es una cornucopia de escenas que alumbran las coordenadas del mundo donde se moverá, aunque jamás cambie de dirección: las Torres Gemelas del 11-S, la elección de Barack Obama, el asunto del Brexit, la renuncia de Benedicto XVI, la pandemia, lo de Ucrania o esto de la OTAN, que pasa aquí, sí, pero que tiene una dimensión mayor. En ocasiones, resulta más cercano lo que sucede lejos que eso que nos pilla a la vuelta de la esquina o en el recibidor de la escalera, como lo del juicio de Johnny Depp, que muchos han vivido igual que si se hubiera celebrado en la Audiencia Nacional. O lo del asalto al Capitolio, del que se habla como si hubiera acontecido en la Carrera de San Jerónimo y que en la conversa diaria ni hace falta precisar donde ocurrió, que ya lo vivimos todos en directo. Esto hace un ciudadano menos abrochado a lo inmediato, más entregado a lo universal, capaz de sentir más próxima la pérdida de Heath Ledger o Paul Walker que la del vecino. Ahora queda aguardar el tipo de individuo que sobrevendrá con una memoria que siente más cercano el deshielo de Islandia que la derrama de la fachada.