Política

Vencen los perdedores

«El sanchismo está decidido a cambiar la ley hasta que el delito deje de serlo»

No tengo amistad con Félix Ovejero. Leí hace veinte años su libro La libertad inhóspita. Excelente. Sus reflexiones Contra la epistemología indiferente desarrollaron la filosofía del conocimiento. Ortega y Gasset hubiera elogiado este libro. No me extrañó que el profesor Varela Ortega, historiador de calado profundo, me recomendara los artículos periodísticos de Félix Ovejero. Varios de ellos son caviables.

«Cuando secesionistas o terroristas violentan el orden civil -escribe Félix Ovejero- no es fácil que prosperen los axiomas de la política más digna: que la democracia atiende a razones, nunca a amenazas, y que el delito se castiga, no se retribuye». El zascandil trilero que maneja la política y que muchos ciudadanos votan, está gestando «el nuevo relato sobre Cataluña, según el cual hay que cambiar la ley hasta que el delito deje de serlo». Lo que está ocurriendo en la región catalana con el secesionismo, lo que ha ocurrido con Eta, significa la derrota del vencedor y ello porque, como escribe Ovejero, «la democracia, sometida al ciclo electoral, no está bien pertrechada: las elecciones llegan antes que los resultados, en los años del desierto».

La verdad nos hace libres, pero se encuentra inerme frente a los mandos controladores que dominan, en gran parte, la alta política. En Cataluña son muchos los que han perdido la esperanza en el imperio de una ley que se cambia al antojo de los mequetrefes. «Resulta difícil coincidir con la derrota del secesionismo. Se puede vencer, pero hoy se piden disculpas a los delincuentes. Y no podemos ganar todos». «No nos equivoquemos -concluye Félix Ovejero- con el secesionismo cualquier relación política importante es un juego de suma cero. Si su objetivo es destruir la comunidad política, cada paso en esa dirección es un retroceso del constitucionalismo. Y al revés, cada acción que fortalezca nuestra unidad de convivencia, supone una derrota del secesionismo».

Pedro Sánchez sabe que, ante Pedro Aragonés, el constitucionalismo está retrocediendo. Pero él aspira a agotar la legislatura sin perder los airosos Falcon, los palacios suntuosos y la regalada vida del político que se inventa el relato halagador frente a la áspera realidad.