Pedro Sánchez

Humo de verano

Los más avezados analistas, que en este caso son también los menos benevolentes, sostienen que hay que atender a Sánchez y sus promesas para saber exactamente qué va a hacer: lo opuesto

Huele a humo en Madrid, y dicen que es porque el viento de poniente trae a la meseta las cenizas de los incendios de Portugal y el oeste español, que están siendo tantos y tan constantes que no dejan a la atmósfera ni un minuto de descanso para deshollinar. Desde la llamada Autovía de la Plata se divisan los esqueletos negros que rodean a Casas de Miravete, donde Sánchez se hizo aquella famosa foto que dicen que no fue un posado, sino un recorte interesado del cuadro para que pareciera lo que no era. En realidad da igual, porque lo que duele es que el fuego pudo haberse evitado, o al menos limitado en su atroz expansión si se hubiera dejado que la gente de ese o de otros pueblos se tratara con el monte como se había hecho siempre: de tú a tú y en un juego mutuo de beneficios, yo te limpio tú me alimentas el ganado.

Ahora parece que se va a abrir algo más la mano si se llega a algún puerto con el diálogo en multitud entre las autonomías y el poder central sobre los incendios, cómo combatirlos y cómo prevenirlos. Quizá si las decisiones legislativas sobre el mundo ganadero, el agrícola o el rural, se tomasen por personas que conozcan e incluso vivan en él, todo sería menos complicado para la España no urbana.

La España que se quema y que se queja –curiosamente a menudo desde el mismo escenario, el campo– parece ajena a una realidad política que sigue a lomos de las mismas olas y objetivos iguales. Crecen los incendios, cambia el clima, se muere el mundo rural por desidia o mala fe, y aquí parece que lo más relevante es cambiar el poder de los jueces para que se ajuste más a la realidad de los políticos, o hacer quinielas sobre ministrables mientras el presidente Sánchez acusa a la prensa que osa cuestionarle de querer intoxicar, por decir algo que él no piensa hacer. Sánchez, sí, el mismo que defiende con la misma vehemente severidad una cosa y la contraria si le interesa, el político más capaz para el digodiego de los que ha dado la historia española contemporánea, sale al patio de la prensa a acusar de intoxicación a quien afirma que va a hacer o no hacer algo. Intoxicar es dar una información falsa a sabiendas, manipular, llenar el aire del humo de un incendio para que no se vea claramente el horizonte, cambiar la realidad para que se crea lo que no es. ¿Cómo puede intoxicar quien habla sobre alguien que dice y hace lo contrario de lo que ha dicho y hecho antes con la frecuencia con que se aplica Pedro Sánchez? Los más avezados analistas, que en este caso son también los menos benevolentes, sostienen que hay que atender a Sánchez y sus promesas para saber exactamente qué va a hacer: lo opuesto.

Intoxica el humo que los incendios, la reiteración de los argumentos como lo del cambio del poder judicial, la política del digo una cosa y hago la otra tan común aquí y ahora.

Quizá el olor a quemado en Madrid no sean los incendios de Portugal, sino el que prepara Sánchez en su gobierno mientras acusa a quienes lo anticipan de intoxicar. El tiempo dirá. También aquí.