Jorge Vilches
Cursilería y socialismo
Ojo, porque si esta campaña de Sánchez fracasa, no descarte un musical en RTVE.
Pedro Sánchez no gobierna, sino que hace campaña electoral. La nueva tiene el nombre de «el gobierno de la gente». El eslogan está copiado del izquierdismo que triunfa en Hispanoamérica. No es una sorpresa. Sánchez quiere ser el nuevo Pablo Iglesias combinando cursilería y socialismo a través del estilo populista, ese que señala a la prensa y a los «señores con puro». Quiere identificarse, como dice la vicepresidenta de Colombia, con «la gente de las manos callosas, de a pie, de los nadies y las nadies» para sembrar «resistencia y esperanza».
Esta cursilería socialista tiene una carga infantil grave donde todo lo feo y viejo es de derechas, y todo lo bonito y joven es ecofeminista y progresista. ¿Quién no quiere ser guapo y adolescente para siempre, sin responsabilidades y con una exuberante arrogancia moral?
Los sanchistas son cómodos: piensan que caen en las encuestas o que resultan antipáticos, no por su negligencia y soberbia, la contradicción entre lo que dicen y hacen, o la austeridad que exigen y despilfarro que gastan. No. Dicen que no caen bien porque la prensa «intoxica».
La solución no es trabajar más y mejor, sino una campaña de acercamiento a la plebe; vamos, bajarse del coche oficial, estirarse la camisa que planchó el servicio doméstico, ordenar al asesor que pulverice gel hidroalcohólico, y estrechar manos. Bien visto será una manera de que trabajadores de sueldo mínimo conozcan a cargos públicos de 100.000 euros anuales.
Es posible que el currante al que se le pare para explicar las bondades del sanchismo crea que es una broma con cámara oculta, o que suelte cuatro verdades. Para evitar esto apañarán algún encuentro «casual» con militantes del PSOE justo cuando estén las cámaras. A esto añadirán insultos al PP, porque, como todo el mundo sabe, un Ejecutivo en una democracia liberal vive para censurar a la oposición.
Quizá suene raro, pero uno prefiere que el Gobierno gobierne, que se dedique a buscar soluciones, a hablar con los sectores estrangulados por la crisis, y que se deje de campañas publicitarias. Si mi hijo suspende no quiero que haga un spot en el salón, sino que se ponga a estudiar. Y este Gobierno ha cateado todas las asignaturas.
Ha suspendido todo lo importante. Repasemos. La única política energética del Gobierno para mantener el consumo privado y el crecimiento económico es ahorrar. Esto nos empobrece y aísla del resto de Europa, que ha retomado fuentes antes despreciadas. Tampoco hay política exterior. Sánchez ha fracasado en el norte de África y con Ucrania, y compra cuatro veces más gas a Putin que hace seis meses.
Duele, pero este Gobierno, además, carece de una política de Estado. Sostener el poder gracias a ERC y Bildu no es trabajar para la España de la convivencia democrática. Ese pacto se debe a que el PSOE ha calculado que suma más escaños si convierte a ERC y Bildu en conseguidores en sus territorios que con una política constitucionalista para recuperar el voto socialdemócrata.
El sanchismo, asimismo, no destaca por su respeto a las bases de la democracia, al parlamentarismo y a la separación de poderes. Los desprecia porque «estorban». Todo lo que se oponga al rodillo sanchista es obstruccionista o negacionista, un intoxicador a sueldo, o un enemigo de la «gente». Sí; de esa gente que sonríe al ver unicornios deslizarse por el arcoiris hasta el paraíso en el que «no tendrás nada y serás feliz».
Esta distopía orwelliana la envuelve el sanchismo en una cursilería para un mundo paralelo donde las preocupaciones son la disforia de género, la transfobia o la transfilia, los juguetes estereotipados, los represaliados del franquismo, el lenguaje inclusivo, no comer carne, las flatulencias de las vacas, la luz de los escaparates, demoler presas, o la transición ecológica a la Edad de Piedra.
Ojo, porque si esta campaña de Sánchez fracasa, no descarte un musical en RTVE.
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