deporte
La chica de la cerveza
No importa quién esté en la cancha, Megan anda a cervezas y ahí está el espectáculo
Se llama Megan Lucky y hace honor a su apellido porque le sonríe la fortuna. Al menos la mediática. El señor Lucky ya habrá hecho de la necesidad virtud y habrá concedido que a pesar de sus muchos intentos y desvelos, la niña ha seguido en lo suyo y finalmente ha vencido. Y seguro que hoy se siente hasta orgulloso. Megan es rubia, muy bien parecida y tiene el cuerpo de alguien que se cuida o ha sido agraciado por la naturaleza, que también puede ser.
El mundo la conoce hoy por ser la moza que se bebe las cervezas de un trago durante los partidos del US Open. En realidad, solo la hemos visto dos, pero son las cervezas más rentables de la historia televisiva de tan popular bebida. El año pasado ya aprovechó un plano de recurso del publico para retener la cámara bebiéndose su cerveza de un tirón. Aguantó el plano, como el trago. Y no una caña, no: una pinta, medio litro en plástico de grada de tenis. Este año se lo preparó algo mejor. Llevaba un vestido blanco ceñido y molón, y se hizo acompañar de un joven, no sé si pareja o amigo, que alentaba y le reía la hazaña. Hasta los presentadores señalaban la inminencia del instante cuando la cámara se detiene en ella, vestido blanco, cabellera rubia, mirada despierta y atenta y en ese instante toma la cerveza del compañero y repite la operación. El público aplaude, jalea, admira, se regodea mientras los tenistas mantienen la atención en lo suyo que es jugar y a ser posible ganar.
No importa quién esté en la cancha, Megan anda a cervezas y ahí está el espectáculo. A mí me parece una magnífica compañera de farra, por divertida y valerosa. Hay que tener muchas horas de vuelo para beberse una cerveza así y seguir como si nada, o al menos aparentarlo. Y son esas horas las que te dan pedigrí de buena socia parrandera, lo que en estos tiempos es más que un grado. Pero imagino a esos señores Lucky, él y ella, norteamericanos de pro, quizá una clase media trabajadora y sufriente en un país en el que hasta hace no mucho beberse una cerveza era una ordinariez y más aún para una mujer, tratando de inculcar a su hija hábitos saludables y nociones de urbanidad ante los primeros síntomas de su incipiente afición al lúpulo. Frustrados, cabe pensar, porque sus esfuerzos iban cayendo al mismo fondo que parecían tener los vasos y las jarras que la niña asía y vaciaba con adolescente entusiasmo.
Me gusta Megan porque rompe, porque tiene salero y jeta, porque tan seguro estoy de que ensaya esas hazañas de la pinta de un trago en eventos públicos o privados como que la última del US Open monísima de vestido blanco, se la había preparado a conciencia. En las redes sociales tiene ya millones de seguidores.
Me pregunto si alguien considerará machista el tono de esta columna, o si se verá como una suerte de frivolidad que pone la lupa sobre otra aún mayor. Cualquiera sabe. Lo cierto es que son tiempos tan extraños, días tan incómodos y críticos que uno se agarra a algo tan banal y a la vez universal y humano para construir una pequeña columna que nos aleje, a mí el primero, de todo eso que nos angustia y rodea. Todo esto en lo que está usted pensando y por un rato habíamos olvidado.
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