Política
La ofensiva contra las clases medias
«El estado de cabreo nacional ya se empieza a percibir y los impuestazos o las paguitas no lo esconderán»
El denominado impuesto a los ricos, al igual que los anteriores contra las empresas energéticas y las entidades bancarias, son una cortina de humo que quiere esconder la situación catastrófica que se avecina. Es bueno constatar que la impericia del equipo gubernamental en materia tributaria es sobrecogedora. Es cierto que siempre se esconden, como sucedió con la pandemia, detrás del pintoresco término de unos «expertos» que nunca nadie sabe quiénes son. A estas alturas estoy convencido de que los autores de estas chapuzas ni siquiera consiguieron superar la asignatura de Derecho Tributario y Financiero. A pesar de que la Administración General del Estado cuenta con especialistas en la materia, aunque excesivamente estatistas e intervencionistas, ningún catedrático o inspector de Hacienda puede avalar los esperpentos gubernamentales. Es evidente que se anuncian tributos que no se han estudiado previamente por una clara intención propagandística, porque la izquierda considera que las instituciones son meros instrumentos al servicio de la reelección de Sánchez. A pesar de esa arrogancia, la realidad es que no somos los abanderados de nada en la Unión Europea. Las victorias que se esgrimen parecen surgidas de la cabeza del barón de Münchhausen.
Como es conocido, al regresar de sus campañas militares adquirió una merecida reputación por las exageradas historias que explicaba a todos los que le querían oír. La ficción literaria creada sobre ese «heroísmo» basado en hazañas asombrosas y ficticias muestra a un personaje ridículo que resulta entrañable. La maquinaria propagandística organizada por Miguel Barroso y José Miguel Contreras pretende impedir una derrota en las urnas. En primer lugar, se ha identificado un enemigo que son los empresarios y los ricos, aunque eran muy bien recibidos en los despachos gubernamentales y el primer funcionario de la CEOE, Antonio Garamendi, era un fiel y sumiso aliado hasta que se convirtió en un personaje prescindible. Hay que reconocer que su lucidez en este terreno es más bien cuestionable. Ahora puede comprobar cómo sus patrocinados se han convertido en una pieza clave en la estrategia electoral de Barroso. Garamendi se ha caído del caballo y ahora es un fervoroso seguidor de Feijóo. Nada que nos tenga que sorprender en el simpático aristócrata consorte que busca con avidez la reelección. Por ello, saca a pasear a los antiguos altos cargos populares que fichó a golpe de talonario. La picaresca nos muestra que hay que poner una vela a Dios y otra al diablo.
En este mundo imaginario del barón de Münchhausen lo importante no es la verdad, sino el relato. La ofensiva tributaria acabará en los tribunales. No creo que sirva para nada, aunque algún dinero será convenientemente despilfarrado con cheques u otras operaciones dentro de la zafia campaña de «compra de votos». La retórica gubernamental, azuzada por el sector comunista, parece surgida de una novela de Charles Dickens. Al final los sacrificados, como siempre sucede con el PSOE, no hay más que recordar sus anteriores gobiernos, son las clases medias y trabajadoras, así como los empresarios. Los millonarios juegan en otra liga. Es algo que sabe cualquier persona con algo de sentido común. La mentalidad confiscatoria de la izquierda en materia fiscal es desastrosa y genera inseguridad jurídica.
España necesita seguridad en este terreno y atraer la mayor inversión posible. Es cierto que esto no gusta a una izquierda, especialmente a los socios de Sánchez, que quiere destruir el orden constitucional y necesita una sociedad pobre para imponer sus ideas. La recaudación del futuro impuesto a los ricos, sobre el que nadie sabe nada porque lo están inventando, será ridícula, pero sobre todo no la conoceremos realmente hasta después de las elecciones generales. Como es un instrumento de propaganda, esto es lo único importante. El problema de los que sufren, dicho irónicamente, el «síndrome político de Münchhausen», es que confunden los deseos con la realidad. El estado de cabreo nacional ya se empieza a percibir y los impuestazos o las paguitas no lo esconderán. Este sábado salieron a la calle los funcionarios. Es el inicio de un proceso que es imposible de parar. La inflación tiene un efecto demoledor en los bolsillos de los españoles, pero será todavía peor con el impacto de las hipotecas en pleno año electoral. Es un terremoto, como le sucedió a Zapatero, que ningún gobierno puede aguantar.
La izquierda política y mediática, aprovechando las elecciones italianas, anda aireando el miedo a la ultraderecha, como si los votantes fueran idiotas. Esta colección de pijoprogres, amantes de la buena mesa, los viajes a Cuba y el lujo, no se da cuenta de que esa basurilla ideológica ya no cuela. En las televisiones y radios públicas utilizan ese término para Meloni y los partidos que le apoyarían mientras se refieren a sus rivales como los «demócratas» del centro izquierda italiano. Es lo mismo que vivimos en España con Podemos, los bilduetarras y los independentistas. Unos eran las tres derechas o gobiernos apoyados por la ultraderecha mientras que los otros son «progresistas». No hay un solo caso en la Historia en que los comunistas hayan traído el progreso. Ha sido siempre todo lo contrario, así como corrupción, vulneración de los derechos humanos y violencia. Los ricos de la izquierda se han forrado a costa de los empresarios de la derecha, así como de los presupuestos del Estado y de las empresas públicas. No hay más que ver lo que ha sucedido siempre en RTVE con las productoras amigas, aunque hay que reconocer que el PP siempre ha sido muy tonto las dos veces que ha llegado al gobierno y también les ha ido bien. Feijóo acierta al señalar que «a Sánchez parece que le preocupa que haya ricos en nuestro país. A mí me preocupa que los españoles sean cada día más pobres con las políticas de este Gobierno». A mí también.
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