Benedicto XVI

Un gran Papa

«Creo que el único error del Pontificado de Benedicto XVI fue su renuncia»

Benedicto XVI ha sido uno de los grandes pontífices de la Edad Contemporánea. Una trayectoria ejemplar, un corazón enorme, un teólogo extraordinario y un sacerdote sin pretensiones populistas que Dios le llevó a suceder a San Pedro. Era la figura perfecta para suceder a un Papa tan carismático como San Juan Pablo II. Elegante en las formas, su magisterio estuvo marcado por su elevada altura intelectual. Su papel no era complacer a los ateos, los agnósticos o a aquellos que quieren destruir a la Iglesia, sino situarla en el nivel que le corresponde como faro que ilumine a la Humanidad en tiempos tan convulsos. Creo que el único error de su Pontificado fue su renuncia. Es verdad que sienta un precedente de enorme trascendencia e incluso audacia, pero era innecesario. Estaba en condiciones físicas y, sobre todo, mentales para seguir. Los ataques que recibió desde el primer momento muestran que era una figura incómoda para la izquierda política y mediática. Tuvo que afrontar crisis importantes. Desde las corruptelas en la Curia hasta el horror del escándalo de la pederastia.

Hubo cardenales, arzobispos, obispos, abades y sacerdotes que fueron cómplices al encubrir a sujetos repugnantes por una falsa caridad cristiana en lugar de atajar esa monstruosidad. No estuvieron al lado de las víctimas, sino de sus verdugos. Un pecado tan espantoso que ninguna penitencia puede limpiar. Es algo que solo está en manos de Dios. Conviene recordar que esto no solo ha sucedido en la Iglesia, que es una obra divina dirigida por hombres, donde a veces se han escondido seres malvados y corruptos, pero los que quieren destruirla se han centrado en ella. En este sentido, el turismo sexual de los pederastas sigue siendo una terrible realidad que dura muchas décadas, así como los intelectuales de izquierdas que abusaban de sus familiares o viajaban a países del Tercer Mundo para comprar sexo con menores. Benedicto XVI se puso los males de la Iglesia a sus espaldas y sintió el sufrimiento de los que habían sido víctimas de abusos. Y también por las corruptelas de prelados indignos. Fue el hombre bueno, necesario para limpiarla en esas circunstancias tan difíciles. Me gustaba porque no era un populista, sabía cuál era su papel y tenía una gran altura intelectual.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).