Una extensa biografía
Un oso en Roma
Se convirtió en el sexto papa alemán desde Víctor II y fue el primero en renunciar al papado en la historia moderna de la Iglesia católica. Aunque se le llegó a llamar el «rottweiler de Dios», sus amigos y colaboradores insisten en su amabilidad y en su espíritu dialogante
De la leyenda de san Corbiniano, fundador de la diócesis de Frisinga –evocaba Benedicto XVI–, tomé la figura del oso. Un oso, cuenta esta historia, había despedazado el caballo del santo en su viaje a Roma. Corbiniano lo reprendió severamente por tamaña fechoría y, como castigo, le cargó con el fardo que hasta entonces había llevado a lomos del caballo. Así, el oso tuvo que llevar el fardo hasta Roma, y solo allí lo dejó el santo en libertad. […] Si el oso se quedó en el Abruzzo o volvió a los Alpes, no le interesa a la leyenda. Mientras tanto, he llevado mi equipaje a Roma y, desde hace ya varios años, camino con mi carga por las calles de la Ciudad eterna. Cuándo seré puesto en libertad no lo sé, pero sí sé que a mí también me sirve aquello de: «Me he convertido en un animal de carga y, precisamente así, estoy contigo» [Ps 72 (73),22-23]». El Papa bávaro se sentía profundamente identificado con este oso con alforjas llegado a Roma, si bien su vida –en vez de volver en libertad a sus montañas de origen– se ha ido apagando en los jardines vaticanos.
Infancia y adolescencia
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927, en un pueblo bávaro llamado Marktl am Inn, «mercadillo junto al río Inn o Eno», situado al sur del país germano. Fue bautizado el mismo día en que nació, un Sábado Santo, con el agua recién bendecida en la Semana Santa. Esa mañana había nevado. Su padre, Joseph como él, era un gendarme rural, y provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera. Era también un acérrimo enemigo del régimen nazi. Su madre, María, procedía del Tirol, y era una competente ama de casa; de ella heredó Joseph su dulce acento musical. En su familia recibió una profunda formación cristiana, que le sirvió para hacer frente a los continuos asaltos del nazismo. Según cuentan viejos conocidos, en casa de los Ratzinger se rezaba y se cantaba. De ahí heredará su afición a tocar el piano y a la música de Mozart, alegre y dramática a la vez.
En 1941, cuando Joseph llegó a los 14 años, fue enrolado obligatoriamente en las Juventudes hitlerianas, pero –según su biógrafo John L. Allen– nunca fue un miembro entusiasta. Una víctima más del sistema, como tantos otros. En 1943, con dieciséis años, fue asignado –junto con toda su clase– a la defensa antiaérea de la fábrica de BMW, situada cerca de Múnich. Después fue llamado al ejército para realizar el entrenamiento básico de infantería, y más adelante resultó destinado a Hungría, donde construyó zanjas de defensa antitanque. Desertó sin embargo en abril de 1944, a pesar de ser un delito castigado con la pena de muerte. En 1945 fue capturado por los aliados y confinado por unos meses a un campo de prisioneros de guerra. En junio de ese año fue liberado y, junto con su hermano Georg, entró en un seminario católico de Frisinga en enero de 1946. Según se dice, en toda la guerra no disparó un solo tiro.
Estudios y carrera académica
De 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la escuela superior de Frisinga y en la universidad de Múnich. Al finalizar, fue ordenado sacerdote el 29 de junio, e inició entonces su actividad como profesor, de nuevo en Frisinga, a 30 kilómetros de la capital bávara. Sus alumnos recuerdan sus inspiradas y renovadoras clases, así como sus memorables homilías. En el año 1953 se doctoró en teología con un trabajo sobre la doctrina sobre la Iglesia en san Agustín. Tras algunas serias dificultades, cuatro años más tarde obtenía la habilitación para la libre docencia con un trabajo sobre la teología de la historia de san Buenaventura. Como Guardini y otros autores de aquella época, Ratzinger se formó en la corriente agustiniana, además de conocer bien los escritos de santo Tomás de Aquino. Se hace notar ya entonces su afición por el arte y la ciencia, por la historia y el pensamiento, por la liturgia y el estudio de la Biblia.
Tras ganar la cátedra de teología fundamental en la universidad de Bonn (1959), obtiene también la de teología dogmática en Münster, al norte del país, donde enseñó de 1963 a 1966. De la época de Bonn se cuenta que asistían a clase, a primera hora de la mañana, incluso personas que no estaban matriculadas en su asignatura, por la frescura y el aliento espiritual de sus lecciones. Al mismo tiempo que daba clases en Münster, viaja a Roma y trabaja en el Concilio Vaticano II como perito y consultor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. Es en aquella época cuando colabora con el famoso teólogo alemán Karl Rahner. Allí conoce también a personalidades del área francesa como Lubac, Daniélou, Philips, junto con muchos otros teólogos y padres conciliares. El concilio va a influir de un modo profundo en su vida, hasta llegar a ser una de las constantes de su teología y de su pensamiento. En 1966 es llamado a Tubinga para ocupar la segunda cátedra de teología dogmática, junto con el también conocido Hans Küng. Esta ciudad era en aquella época la gran meca de la teología en Alemania, con más de mil alumnos matriculados.
Derwahl comenta que, mientras el teólogo suizo circulaba por las calles de Tubinga en un Alfa Romeo, el profesor Ratzinger lo hacía en una modesta bicicleta, simbolizando así el distinto carácter y personalidad. En esos mismos años publicó la famosa «Introducción al Cristianismo» (1968), recopilación de unas clases sobre el credo.
Asistieron tantos alumnos que se tuvieron que trasladar al aula magna. Permanece allí sin embargo tan solo tres años, pues el ambiente crispado y excesivamente politizado de la revolución del 68 no le parecen los más adecuados para hacer teología. Por eso en 1969 pasa a ser catedrático de teología dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, un centro de reciente creación, y allí intentó elaborar una síntesis teológica, que quedará sin embargo interrumpida. En 1972 fundó la revista teológica Communio con Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar, entre otros: una respuesta a otra revista –Concilium de Rahner, Küng y otros–, que se había erigido en legítima intérprete del espíritu del concilio, a pesar de sus presupuestos más ideológicos que teológicos.
Arzobispo, cardenal y prefecto
El 24 de marzo de 1977, Pablo VI le nombra arzobispo de Múnich y Frisinga. De aquella época se recuerdan sus homilías, retransmitidas por radio a todas las parroquias de la ciudad y distribuidas después en miles de copias impresas. Sin embargo, parece ser que tuvo algún problema con el aparato burocrático de la diócesis (había unos 400 funcionarios, no siempre dóciles), así como con el tono en ocasiones exigente –al menos para algunos– de sus predicaciones. En cualquier caso, él siempre se confesó satisfecho por haber sido «cooperador de la verdad» (1Jn 1,8) en esas circunstancias concretas, tal como reza su lema episcopal. En el cónclave coincide con Karol Wojtyla, quien será después elegido Papa. Después le acogerá en su propia diócesis, cuando Juan Pablo II viajó a Alemania. Cuando sea después llamado a Roma, los estudiantes se manifiestan en las calles porque «se llevaban» a su arzobispo. A pesar de las resistencias, llegó a ser un arzobispo querido.
Enseguida comenzará su colaboración con el Papa polaco, con quien creó un invencible tándem. Creado cardenal ese mismo año de 1977, fue relator en la V Asamblea general del sínodo de los obispos (1980) sobre la familia. Después Juan Pablo II le pide que vaya a Roma, aunque Ratzinger intenta rechazar el ofrecimiento. A pesar de esa resistencia inicial, el 25 de noviembre de 1981 fue nombrado prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, así como presidente de la Pontificia comisión bíblica y de la Pontificia comisión teológica internacional. En 1985 el cardenal Ratzinger publica el «Informe sobre la fe», que provocó un encendido debate interno en la Iglesia sobre la aplicación y las tareas pendientes del Vaticano II. Ese mismo año tendrá lugar en Roma un sínodo sobre este mismo tema, en el que se concluye –entre otras cosas– la necesidad de elaborar un nuevo catecismo como fruto del Vaticano II.
Ratzinger fue presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica. Tras seis años de trabajo (1986-1992) y acoger diecisiete mil sugerencias, pudo presentar a Juan Pablo II el nuevo texto, ampliamente contrastado. Afrontó además desde su puesto de prefecto los retos y los temas más polémicos y peliagudos: la teología de la liberación, la defensa de la vida, la atención pastoral a las personas homosexuales, la teología de las religiones no cristianas, el papel de la mujer en la Iglesia o la función de los católicos en la vida pública. Los medios le atribuyen entonces la fama de Gran Inquisidor, de Panzerkardinal o de «rottweiler de Dios». Por el contrario, sus amigos y colaboradores insisten en su amabilidad y en su espíritu dialogante. De él contaban sus subalternos en la congregación vaticana que no se sentaba a trabajar sin saludar a cada uno de ellos.
El pontificado
La carrera hacia el papado parece a todos directa, exceptuando su clara voluntad de mantenerse al margen: «Yo no he sido creado para eso», repetía una y otra vez, al mismo tiempo que recordaba su deseo de retirarse a su tierra natal, para escribir los libros que no había podido redactar por sus múltiples ocupaciones. Presenta su dimisión en varias ocasiones (tres, según se comenta). Sin embargo, los acontecimientos van a tomar otra dirección. El 30 de noviembre de 2002 Juan Pablo II aprobó su elección como decano del colegio cardenalicio, realizada por sus colegas los cardenales. Es también la persona designada para escribir el Via crucis y presidir la vigilia pascual en el año 2005. Parecía pues estar en una situación privilegiada para ser elegido el siguiente Papa. «Time magazine» lo sitúa entonces entre las cien personas más influyentes del mundo.
Cuando muere Juan Pablo II, será uno de los últimos en verle y el designado para presidir sus solemnes funerales en la plaza de san Pedro. Medio millón de fieles –junto a otros 600.000 a través de pantallas gigantes distribuidas por toda la ciudad– se mezclan con las más altas autoridades del planeta, a la vez que retrasmiten la ceremonia 137 cadenas de televisión de todo el mundo. Cuando empieza el cónclave, Ratzinger lanza una invectiva contra la «dictadura del relativismo» que conmociona a la opinión pública, y hace dudar a muchos sobre su posible candidatura al pontificado. A pesar de todo (o tal vez gracias a esta denuncia), fue elegido sumo pontífice de la Iglesia católica el 19 de abril de 2005, convirtiéndose en el Papa número 265. Escogió para sí el nombre de Benedicto XVI, por referencia a san Benito, evangelizador de Europa.
La imagen del terrible Ratzinger empieza a desvanecerse ya desde los primeros días de pontificado, gracias sobre todo a las imágenes en directo que ofrecen los medios de comunicación. A partir de ese momento Benedicto XVI comienza a dar discretos pero efectivos pasos, que le llevarán a gozar de una discreta popularidad entre propios y extraños. Ese verano la Jornada mundial de la juventud en Colonia –en el corazón de la vieja Europa– resulta ser un éxito clamoroso.
El 25 de enero de 2006 publica su primera encíclica titulada significativamente «Dios es amor», con acogida en el mundo cultural y religioso. Después vendrán las referidas a la esperanza (30.9.2007) y una de tema social (29.6.2009). Afronta además temas espinosos como la pederastia y el caso Maciel, así como la reforma de las finanzas vaticanas. A partir de entonces el pontificado entra en situaciones difíciles, incluso con el escándalo de filtración de documentos privados del Papa. Coinciden estos hechos con el momento en que anuncia su renuncia en 2013, no sin antes dejar preparada la reforma que acometerá con decisión el Papa Francisco. Desde entonces vivió retirado en el antiguo monasterio Mater Ecclesiae, en los Jardines vaticanos.
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