Política
Disparatada política en Cataluña
«Envalentonados por las concesiones, los secesionistas catalanes intentarán jugar la carta sofista de un referéndum contra la unidad de España»
Bajo la sombra alargada de las elecciones generales dentro de unos meses, el entorno sanchista pretende enmascarar el despropósito político con que el Gobierno ha actuado en Cataluña, asegurando que la situación es mejor que nunca. Pero eso no parece cierto. Por el contrario, los sectores secesionistas han crecido. Están envalentonados y se disponen a jugar la carta sofista del referéndum para fracturar la unidad territorial de España que se prolonga desde hace más de cinco siglos.
En un artículo magistral, Jorge Bustos asegura dirigiéndose al sanchismo: «a los independentistas les habéis dado todo: los indultos, la sedición derogada, la malversación abaratada y hasta la cabeza de la jefa del CNI». El sanchismo ha «limado los dientes judiciales del Estado» y al hacerlo ha alimentado «una expectativa de victoria secesionista que ya no se aquietará sin violencia». No fue el apaciguamiento y las concesiones «sino la cárcel lo que les desinflamó». Y afirma Jorge Bustos con la Historia en la mano: «Habéis cebado la pulsión separatista en Cataluña como la cebaron antes Azaña y Zapatero, con la diferencia de que Azaña lo hizo por soberbia intelectual y Zapatero por estupidez solemne». Esa es la realidad. La tórpida política del sanchismo ha alimentado un secesionismo fragilizado por las sentencias del Tribunal Supremo, tras unos juicios transparentes e impecables. Pedro Sánchez se ha burlado de la independencia judicial, concediendo indultos, cuando los agraciados, con altiva desfachatez, no han mostrado el menor arrepentimiento de sus delitos.
La situación política de Cataluña con relación al resto de España crepita en ebullición y se muestra más devastadora que nunca. El motivo de los errores cometidos se sintetiza en esta realidad miserable: Pedro Sánchez necesitaba los escaños de los secesionistas catalanes para vencer en la investidura, para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, para continuar en el poder. Y si ganara las próximas elecciones generales sin mayoría suficiente, los precisará para permanecer al frente del Ejecutivo. Su «ambición ágrafa» lo condiciona todo. Y solo se abrirá un resquicio de esperanza si el pueblo español lo desmonta a fin de año de la silla curul del palacio de la Moncloa.
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