Religion
Revolución antropológica: una respuesta
El silencio de Dios, o el abandono de Dios, el ateísmo y la increencia como fenómeno cultural masivo es con mucho el acontecimiento fundamental de estos tiempos de indigencia y de quiebra humana y moral en Occidente
Se habla y se actúa conforme a la Agenda 2030 y también tienen su voz los que están propiciando una revolución antropológica en la que nos encontramos con los trashumanismos, los poshumanismos, corrientes ideológicas como el antihumanismo, el método de la desconstrucción, la proclamación de la muerte del hombre, la reclamación de nuevas libertades y nuevos derechos, la afirmación de la informática o cibernética, como ciencia primera que está generando una re-ontologización de la realidad. Son sinos de esta realidad, la proliferación de robots, el desarrollo de la inteligencia artificial, la normalización del matrimonio homosexual, la preocupación por el cambio climático y por el destino de nuestro planeta, la pluralidad de modelos de familia, la banalización del aborto y la eutanasia, ideología de género y la superación del esquema binario de la sexualidad, la manipulación genética y los proyectos (más o menos manifiestos) de eugenesia…En esta revolución antropológica y en la Agenda 2030 Dios y el mismo hombre no cuentan ni pueden contar. Es un proceso, en el fondo revolucionario, en el que solo superhombres pueden subsistir,
Recordemos que en el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo y para transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un puesto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza, no se posibilita el amor. Y “¿qué puede salvarnos sino el amor?” (Benedicto XVI, en Colonia, a los jóvenes). Sólo Dios, revelado en Cristo entregado a nosotros y por nosotros sólo su amor y su misericordia. Es lo que vemos y palpamos en los que siguen o han seguido este camino de las bienaventuranzas, esto es, los santos.
Los santos de hoy, los que viven este camino de la felicidad que nos conduce al cielo, los que viven su vida mirando a Dios, poniendo en Él su mente y su corazón, teniéndolo en el centro más profundo de su existencia. Bienaventurados y dichosos para siempre, en la bella aventura que recorrieron en su vida, junto a Jesucristo y en comunión con Él, nos señalan que Dios es el único asunto central y definitivo para el hombre. Con razón, el papa Pablo VI definió el ateísmo como “el drama y el problema más grande de nuestro tiempo”. Sin duda lo es. El silencio de Dios, o el abandono de Dios, el ateísmo y la increencia como fenómeno cultural masivo es con mucho el acontecimiento fundamental de estos tiempos de indigencia y de quiebra humana y moral en Occidente.
No hay otro que se le puede comparar en radicalidad por lo vasto de sus consecuencias deshumanizadoras. Los santos, que han vivido y viven de Dios y para Dios, son quienes ahora nos marcan el camino para que se opere lo que Benedicto XVI ha denominado “la revolución de Dios”, el paso a una humanidad nueva y renovada, donde reine el amor, la caridad y la paz, donde la verdad nos haga libres y misericordiosos, donde se siga el camino de la felicidad que está, precisamente, en ese saberse creado y amado por Dios, en ese comprenderse hijo de Dios en todo, en ese camino paradójico de las bienaventuranzas, o si queremos de la felicidad que es el seguido por el mismo Jesús, y así son el autorretrato que Él nos dejó de sí mismo. Ése es el camino de la perfección, el que conduce hacia las cotas más altas de humanidad que son los santos, el camino de la verdad, el que cambia y renueva el mundo con la revolución del amor que es Dios y de Él viene.
Los que siguen esta senda de las bienaventuranzas, como estoy insistiendo, siguen a Jesús, son discípulos de Jesús, el bienaventurado, por excelencia, en efecto Jesús, sólo Él es el bienaventurado totalmente. Él es el verdadero pobre de espíritu, el que llora, el manso y humilde de corazón, el que tiene hambre y sed de justicia, el que busca la justicia y la voluntad de Dios, el misericordioso, el puro de corazón, el artífice de paz; Él es el perseguido por causa de la justicia. No busquemos otra ruta diferente a la de las Bienaventuranzas y la caridad que ponen a Dios en el centro, que señalan que viviendo en la confianza plena puesta en Dios -no en las riquezas, no en el poder, no en uno mismo y los propios intereses, no en las ideologías siempre parciales- es como se alcanza la felicidad que vivieron en la tierra y que ahora gozan en los cielos los santos. Es lo que vemos y palpamos en el mismo Jesús, del que somos discípulos. Demos gracias a Dios y alabemos la grandeza de su misericordia que se ha manifestado en las bienaventuranzas.
No se nos ocultan los gravísimos problemas que afligen a la humanidad; un programa de santidad, de las bienaventuranzas en la Iglesia no es espiritualismo ni escapismo, ni ingenuidad para los débiles e insensatos; es la única manera de afrontar esos problemas que sólo son abordables desde la caridad, el amor, donde radica la santidad. Por eso, “las Bienaventuranzas nos muestran la fisonomía espiritual de Jesús y así manifiestan su misterio, el misterio de muerte y resurrección, de pasión y de alegría de la resurrección. Este misterio, que es misterio de la verdadera bienaventuranza, nos invita al seguimiento de Jesús y así camino que lleva a ella. En la medida en que acogemos su programa, cada uno con sus circunstancias, también nosotros podemos participar de su bienaventuranza. Con Él, lo imposible resulta posible e incluso un camello pasa por el ojo de una aguja; con su ayuda, sólo con su ayuda, podemos llegar a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial”. Los santos, los que siguen el camino de las bienaventuranzas, nos animan y alientan a seguir a Quien ellos siguieron, a no contentarnos con una vida mediocre, con unos mínimos conformistas, sino a aspirar y buscar una vida grande, por lo demás sencilla, humana, que es la marcada por la perfección de las bienaventuranzas. ¡Ánimo, no estamos solos, hay un futuro, vivamos con la esperanza que salva y redime y supera “Agendas y programas”!
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