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Editorial

Baronías sanchistas hacia la incineradora

Cuando se encara el final de un ciclo nada sucede como se planea. Ni siquiera a Sánchez

No es un secreto que el poder de Pedro Sánchez anda capitidisminuido y que no hay un ámbito, salvo Ferraz, en el que sus decisiones no se encuentren sujetas a la voluntad de otros. Ni siquiera el Congreso de los Diputados es una zona de confort pues se ha normalizado como una fuente de derrotas que socavan un liderazgo debilitado en una legislatura huérfana de oxígeno político y abocada a la provisionalidad. Con el transcurrir de los días, y el lastre de su minoría, las espantadas parlamentarias se han convertido en un elemento cotidiano de la estrategia defensiva para sortear batallas que no puede ganar. Especialmente elocuente y clarificador sobre este periodo lánguido es el mapa del poder territorial del PSOE marcado por la frustración. Las renovaciones en los liderazgos decididos desde Madrid con la operación paracaidista de ministros sobre los enclaves críticos ha sido el intento de virar el statu quo en la búsqueda de un respiro que aliviara las urgencias en las comunidades dominadas por el PP. Sánchez está en ello y los recientes congresos regionales están acomodando los últimos peones en una operación que fundamentalmente se cimenta en utilizar al Gobierno de la nación como plataforma de medios materiales y humanos al servicio del partido. María Jesús Montero, Pilar Alegría, Óscar López o Diana Morant forman la cabeza de puente tras la purga que se llevó por delante las direcciones de la mayoría de federaciones. En política también se cumple el axioma de que una cosa es la teoría y otra la práctica y que las brillantes y sesudas ocurrencias alumbradas en los despachos de Moncloa no se traducen de manera automática en un éxito en plazas a cientos de kilómetros de distancia. Lo de imponer a los ministros como barones, más allá de la ausencia de ética en duplicar responsabilidades con cargo al erario, saltándose a la organización de turno, las primarias y todo aquello de la democracia interna, ha supuesto infravalorar los riesgos y las cargas de un gobierno en sus horas más bajas. Los nuevos barones no han llegado con una hoja de servicios que celebrar, sino con mochilas cebadas de corrupción, incompetencia y mentiras. Lo que estaba llamado a convertirse en remedio se está tornando en problema y más enredo. Ese escenario emerge ya en feudos como la Comunidad Valenciana, en el que Diana Morant ha defraudado las expectativas, y no parece que cuente con las mejores opciones para consolidarse en el liderazgo siquiera frente a un PP en horas bajas. En su caso, la figura de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, es una sombra demasiado alargada. Tampoco las encuestas son halagüeñas para las aspiraciones de María Jesús Montero en Andalucía y especialmente para Óscar López en Madrid, que parecen agotadas sin arrancar la carrera. Cuando se encara el final de un ciclo nada sucede como se planea. Ni siquiera a Sánchez.