Cargando...

Inflación

La inflación se hunde en Argentina

Desde que Milei asumió el gobierno los precios han pasado de crecer un 324% a un 19,5%

Javier Milei, presidente de Argentina Alberto R. RoldánLa Razón

Argentina está protagonizando una verdadera lección práctica de teoría monetaria. Los últimos datos de inflación no dejan lugar a dudas: en mayo de 2025, la inflación mensual cayó al 1,5%, el nivel más bajo desde 2017. Un descenso vertiginoso si lo comparamos con el 12,8% mensual que heredó Javier Milei al asumir el poder a finales de 2023. Si anualizáramos ambas cifras, pasaríamos de un 324% a un 19,5%: el abismo entre la ruina económica y la estabilización progresiva.

Lo relevante de este proceso no es solo la contundencia de la caída, sino su continuidad. Desde que Milei asumió el gobierno, la inflación desciende mes tras mes, mientras que durante el peronismo la espiral inflacionaria se alimentaba de sí misma en un ciclo perverso de emisión monetaria y controles de precios. Esa era la "estrategia" del peronismo: imprimir billetes para financiar déficits desbocados, encubrir el alza de precios mediante controles autoritarios y, cuando los precios igualmente subían, señalar a los empresarios como los culpables del desastre.

Los hechos desmienten esa narrativa falaz. Hoy, con la liberalización de precios, sin inspectores acosando supermercados, sin topes administrativos ni amenazas de sanciones, los precios crecen al ritmo más moderado de los últimos ocho años. Según el catecismo estatista, liberar precios debía desencadenar abusos empresariales y alzas descontroladas. La realidad ha demostrado, una vez más, que es el Estado —y no el mercado— el principal generador de inflación cuando destruye el valor de la moneda a golpe de déficit y emisión.

La inflación argentina nunca fue consecuencia de la supuesta avaricia empresarial, sino del despilfarro político financiado con creación monetaria. Si el Estado gasta sistemáticamente por encima de sus ingresos y lo cubre imprimiendo dinero, inevitablemente reduce el poder adquisitivo de la moneda. Los empresarios no hacen más que reflejar, a través de sus precios, esa degradación del peso. Pretender frenar la inflación imponiendo controles es atacar el síntoma mientras se alimenta la enfermedad.

Por eso Milei ha hecho lo que ningún político argentino había osado hacer en décadas: atacar la raíz del problema. El superávit fiscal elimina la necesidad de financiar el gasto mediante emisión monetaria. Y va más allá: el propio superávit permite retirar dinero de circulación, reduciendo el exceso de oferta monetaria. Al mismo tiempo, el saneamiento de las cuentas públicas y la reestructuración de los vencimientos de deuda fortalecen la confianza en el peso y aumentan su demanda. Menos oferta y mayor demanda de dinero: exactamente lo contrario de la política peronista, cuyo único legado ha sido empobrecer sistemáticamente a generaciones de argentinos.

El caso argentino es hoy el laboratorio empírico que desmonta décadas de superchería inflacionaria. La inflación es, siempre y en todo lugar, un fenómeno monetario, como bien resumía Friedman y como está demostrando Milei con cada dato que conocemos. Todo lo demás ha sido demagogia populista destinada a encubrir la incompetencia y el saqueo estatal. Por fin, Argentina empieza a despertar del infierno inflacionario al que fue arrojada por sus élites políticas.