María José Navarro

13-N

La Razón
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Lo escribía en su cuenta ayer sábado el periodista y brillante corresponsal Lorenzo Milá: «Quizá me perdí algo, pero no recuerdo que el mundo reaccionara igual con el 11-M (193 muertos, 1.800 heridos). Igual es que no había Twitter». Me acuerdo perfectamente de la sensación en el autobús. La radio del conductor estaba encendida. Íbamos en silencio, intuyendo que todo lo que se iba a contar a partir de ese instante sería un horror. Aquella mañana el frenazo en las paradas era más suave, todo sucedía como a cámara lenta. Después de un turno de doce horas hablando de muertos, nombres, historias, hipótesis, llegó la hora de salir de nuevo a la calle. Llegaron días de salir de nuevo a la calle, de contemplar cómo metabolizaba Madrid todo aquel dolor. Y a pesar de los partidos políticos, de su batalla particular, de las acusaciones mutuas, y de las elecciones, la gente dio de nuevo una lección de sensatez. Fuimos más amables los unos con los otros aquellos días, dejábamos nuestro asiento a los mayores con una sonrisa, nos mirábamos a los ojos con los desconocidos, hablábamos a los extraños con calidez, estábamos más dispuestos a hacer de Madrid una ciudad amable. Creo que entendimos a la perfección que la libertad tiene sus riesgos, que el miedo no es el mejor aliado en estas ocasiones, que debíamos seguir con nuestras vidas, con nuestra rutina, que manteniendo lo cotidiano se mantiene también la confianza. Y sobre todo, quizá por el callo adquirido con el terrorismo interno, supimos reaccionar sin emprenderla contra los musulmanes que vivían entre nosotros. La verdad es que lo hicimos bastante bien y creo que dejamos al mundo una sensación de pueblo ponderado y cabal. Lo ocurrido en Francia, tan reciente, tan terrorífico, deja poco margen a la perspectiva, pero llegará su momento. Y espero que cuando lo repasemos con cabeza no hayan vencido los extremismos. Ése es el verdadero peligro en Europa.