Luis Alejandre

«152 vidas»

El pasado 30 de septiembre, el presidente Rajoy, acompañado de una nutrida delegación, visitó Kazajistán, el noveno país más grande del mundo en extensión, aunque apenas habitado por 16 millones de habitantes, el 47% musulmanes y otro tanto formado por cristianos de varias confesiones, entre ellos 200.000 católicos descendientes de polacos y ucranianos deportados durante la larga dictadura comunista, en la que Stalin dejó marcada su trágica huella. En 2010 se consagró en su capital, Astaná, una nueva catedral, que convive con la gran iglesia ortodoxa y la gran mezquita. Los sucesivos regímenes comunistas no consiguieron desarraigar las religiones a pesar de las persecuciones y los internamientos en gulags como el de Karagandá, que desgraciadamente conocieron muchos españoles en los años cuarenta y cincuenta.

Hoy, Kazajistán ofrece unas ventajosas oportunidades a empresas relacionadas con el petróleo, el carbón, el cobre y la construcción de infraestructuras.

En el trascurso de esta visita, el presidente kazajo Nazarbayen entregó a Mariano Rajoy 152 expedientes desclasificados de otros tantos españoles que sufrieron en campos de concentración, extrayendo carbón de sus minas, construyendo vías de ferrocarril o trabajando en condiciones infrahumanas en las industrias siderúrgicas. Los miles de prisioneros de aquel gulag vivían en barracones de madera, desparramados por la «taiga», la enorme masa boscosa de Siberia próxima a la línea de vegetación ártica. La huida de aquel infierno helado era imposible.

Lo más curioso –y quizás lo menos trágico– de esta historia es que en Karagandá se reagruparon españoles de bandos enemigos en España. Unos procedían de los grupos de pilotos que se formaban en la URSS; otros de las tripulaciones de los nueve barcos incautados al término de nuestra guerra; otros eran «niños» acogidos en aquel «paraíso del proletariado», posteriormente desengañados y rebeldes. Junto a ellos, prisioneros de la División Azul que habían luchado precisamente contra el comunismo.

La Prensa nacional se ha venido ocupando de casos individuales. El «Faro de Vigo» (27.10.2013) refería la historia de un divisionario, Constante Vicente Giráldez, prisionero en Leningrado y que volvió a España en 1954 a bordo del Semíramis. Fueron precisamente los arribados en aquella primera oleada quienes dieron cuenta de la existencia de otros españoles en los campos soviéticos. Destacó por su importancia el testimonio del capitán Teodoro Palacios –«Once años de cautiverio en Rusia»– refiriendo la vida de estos compatriotas con los que había convivido seis años.

Recientemente, en el marco de un ciclo de conferencias organizado por el Institut de Ciencies Políticas i Socials de Barcelona, de la mano de un vocacional e incansable profesor universitario –Jesus María Rodés–, conocí a la doctora rumana Luiza Iordache, cuya tesis doctoral versó sobre este tema, al igual que su tesina, que ha publicado bajo el título de «Republicanos españoles en el gulag». El documentado trabajo refiere de manera exhaustiva qué fue de aquellos 200 alumnos de la cuarta promoción de pilotos de la República procedentes de Alcantarilla y Sabadell, llegados a Kirovabad, acompañados por los capitanes aviadores Antonio Blanch y Blasco, a quienes sorprendió el final de nuestra guerra en Azerbaiyan.

Analiza asimismo qué fue de las tripulaciones y de los propios buques confiscados, como el «Cabo San Agustín» y el «Cabo Quilates» de Ybarra en el Mar Negro; el «Marzo» en Múrmansk; el «Ciudad de Tarragona», el «Ciudad de Ibiza» y el «Isla de Gran Canaria» de Trasmediterránea en Odessa o el «Juan Sebastián Elcano» de la Trasatlántica. La peripecia de cada una de las tripulaciones y la de los propios barcos merecen un estudio aparte que muy bien han abordado historiadores de la talla de José Luis Alcofar Nassaes.

La doctora Luiza Iordache refiere por último la vida de otros españoles que apostaron por el «paraíso» comunista. Unos comprometidos como «niños acogidos», otros creyendo que podían seguir luchando por las mismas ideas por las que habían luchado en España. Algunos como Rafael Pelayo de Hungría, comandante en el Ejército Rojo y condecorado con la Estrella Roja y la Medalla al Valor en 1941, conoció la prisión de Lubianka y luego los campos de trabajo al ser depurado por el Comité Central del Partido. Si hay una constante entre este grupo es el tono crítico con el que juzgan las actitudes de los miembros del PCE que los abandonaron a su suerte. El mero hecho de pedir un visado de salida –doctor Julián Fuster; ingeniero Francisco Ramos; químico Gómez Zapatero; capitán Tuñón...– equivalía a ser considerado enemigo del régimen y acabar en campos de trabajo.

Nuestro presidente Rajoy trajo 152 resumidas y entrañables vidas.

¡Cuánta angustia en cada página! ¡Cuánto dolor en cada fecha! ¡Cuánto silenciado! No están todos. Algunos autores cifran en 300 los republicanos recluidos y en 450 los divisionarios.

Trozo entrañable de nuestra historia, merecen todo nuestro respeto, sea cual fuera la causa por la que un día comprometieron y arriesgaron sus vidas.