Alfonso Ussía

A la cárcel

La Razón
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Es una imagen que llevo grabada desde niño. En el bulevar de la calle de Velázquez un tipo corriendo. De la confitería «Mallorca», Manolo, hijo de los propietarios, aparece en la calle con su chaqueta blanca y grita: «¡Al ladrón!». Un portero del Hotel Velázquez con su elegante abrigo abotonado y un mecánico con un mono azul, cruzan la calzada, llegan al bulevar y detienen a mamporros al fugitivo. A los dos minutos, llegan los guardias municipales del distrito de Buenavista y esposan al individuo hasta que se presenta la Policía. Manolo, con su chaqueta blanca, le acusa de llevarse el dinero de la caja. Llevaba en el bolsillo más de 20.000 pesetas de los años cincuenta. Y se lo llevaron a Comisaría, y de ahí al juez, y de ahí a la cárcel en espera de juicio.

Manolo no necesitó del amparo del Tribunal Supremo –el Constitucional no existía–, para que el ladrón fuera perseguido. El portero del Hotel Velázquez y el mecánico no precisaron del permiso del ministro de Gobernación –así se titulaba–, para detener al delincuente hasta la llegada de las fuerzas del orden. Y el juez no recibió orden ni llamada de Franco para meter en chirona al ágil chorizo. Ley y ciudadanía cumplieron con su obligación.

A los payasos separatistas hay que meterlos en la cárcel. Ya lo hizo la Segunda República. Multas contra su patrimonio y cárcel preventiva en espera de juicio. Por chorizos y traidores.

En España, antes de ayer se vivió con vergüenza lo que en España sucedía. Los chorizos robándonos la libertad, la democracia y el orden constitucional. En Madrid, reuniones y mucho silencio. Nadie gritó «¡A los ladrones!», como Manolo. Los que siempre aprovechan cualquier circunstancia para cargar toda la responsabilidad sobre la Corona, demandaron la palabra del Rey. Comparaban la situación con el golpe del 23 de febrero de 1981. El Rey Juan Carlos I detuvo el golpe y tranquilizó a los españoles con su mensaje emitido por TVE. Lo hizo porque tenía al presidente del Gobierno, a los ministros, y a los parlamentarios secuestrados. El miércoles, el que tenía que hablar no habló, y no era el Rey. El presidente del Gobierno no estaba secuestrado, sino escondido en los faldones de las togas de los magistrados del Tribunal Constitucional y del Supremo. Fue un día en el que echamos de menos una comparecencia urgente y pública de don Mariano Rajoy. Lo hizo la vicepresidenta, tan responsable como Rajoy del crecimiento de la riada separatista. Hace cuatro años, los separatistas catalanes ya habían cometido los suficientes delitos de desobediencia a la Ley, de corrupción dineraria, y de traición continuada a España para ser detenidos. Pero no.

Con unos meses de cárcel de Mas, Pujol, Forcadell, Puigdemont, Homs, Gabriel, Fernández y Pisarello –elección al tuntún porque los delincuentes y chorizos son muchísimos más–, el ímpetu separatista habría experimentado un proceso de debilidad. La inacción ha convertido el regato en riada. Y la chulería y antipatía hacia el resto de España ha prevalecido. El golpe de Estado se ha producido y nadie grita : «¡A los ladrones!». Para detener a los ladrones que han delinquido en el Parlamento a la vista de todos y nos roban la libertad y la armonía, se necesita una sentencia del Tribunal Constitucional, un acuerdo del Consejo de Ministros, una orden al ministro del Interior, y una comunicación a la Guardia Civil para que proceda adecuadamente y sin violencia. Cuando llegue la comunicación, Cataluña, en contra de muchos más de la mitad de los mansos y pacíficos catalanes, será independiente. También ellos son responsables por su silencio interesado durante cuatro decenios.

Hoy, todos los anteriormente citados, tendrían que estar en Las Salesas aguardando la llamada del juez.

Y hoy, dormido en la cárcel.

Pero no.

Están crecidos, chulos y prepotentes. El Gobierno callado y sin reaños para poner en marcha sus competencias. Los de Podemos se han alineado sin tapujos con los que odian a España y la quieren dividida. Los separatistas necesitan un muerto. No 170 como en Venezuela, uno basta y sobra. Y el español de a pie grita «¡A los ladrones!», pero nadie le hace caso.

Rajoy, es usted el presidente del Gobierno de España. Actúe por usted mismo y hable.

Y los sediciosos, golpistas, ladrones y cómplices, a la cárcel.