Alfonso Ussía

«A su servicio, señor concejal»

La Razón
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Un asturiano emprendedor que creó durante su vida decenas de miles de puestos de trabajo, don Ildefonso Fierro, tenía por costumbre aparcar su Rolls-Royce frente a la puerta principal de la sede del Banco Ibérico, entidad bancaria fundada por él. También creó la Fosforera Española y FASA-Renault entre otras minucias. Eran tiempos de inicial abandono de don Ildefonso de sus obligaciones, que heredaron sus hijos Alfonso, Arturo e Ignacio. Don Ildefonso acudía a los consejos de administración y las reuniones y dejaba la sede del Banco una hora después de su llegada. Y ahí le estaba esperando su Rolls con el chófer al volante. En lugar prohibido. Don Ildefonso no era un enemigo del franquismo, todo lo contrario, pero del Rolls-Royce mal aparcado se ocupó la prensa y se originó un debatillo social. El Alcalde de Madrid, posiblemente el Conde de Mayalde en su primer ciclo, le endosó una importante sanción y le advirtió que de seguir aparcando el coche en un sitio prohibido, podría verse un día, al abandonar el Banco, sin coche y sin chófer. –Por mucho don Ildefonso Fierro que usted sea y a pesar de los miles de puestos de trabajo que ha creado en España, no puede usted disfrutar de privilegios». A partir de ahí, el chófer le dejaba en la puerta y aparcaba el coche en un aparcamiento autorizado.

Don Ildefonso no tenía cargo oficial, y por lógica, tenía que cumplir con las ordenanzas municipales. Consumió sus años creando riqueza y trabajo, y sólo se permitió esa pequeña y efímera travesura. Recibida la orden, la cumplió a rajatabla.

«Chinchorro» Gandarias no tenía chófer en Las Arenas de Guecho. Pero aparcaba su coche en segunda y tercera fila para tomar el aperitivo. Al salir de «Los Tamarises» contempló con estupor que un guardia le estaba multando. «Chinchorro» emparentaba con todos los poderes fácticos de Vizcaya, y así se lo hizo saber al municipal, que era hombre de palabra seca y brusca. –¿Sabe usted quién soy yo?–; –ni puta idea–; –pues soy el marqués de Villaverde de Las Arenas–; –pues se jode, señor marqués–.

A Esperanza Aguirre, por aparcar en lugar prohibido cinco minutos a punto estuvieron de llevarla a la hoguera de la Inquisición populista.

Afortunadamente, la Constitución Española de 1978 había derogado la pena de muerte. Y era un cargo oficial. Nada menos que Presidenta de la Comunidad de Madrid.

Guillermo Zapata, el concejal gracioso –para el juez Pedraz–, que hacía bromas con las cenizas de los judíos calcinados por los nazis, los miembros mutilados de Irene Villa y los cadáveres de las niñas asesinadas en Alcasser, anunció su renuncia a ser llevado y traído en coche oficial cuando entró a formar parte del equipo municipal de Manuela Carmena. Pero le ha durado poco la firmeza. El coche le aguarda a la puerta de su casa, en el barrio de Malasaña, y él lo usa con el natural gozo y regocijo. El problema es que su chófer oficial –como ha demostrado LA RAZÓN–, se sube a la acera invadiéndola prácticamente en su totalidad además de ocupar una buena parte de un paso de cebra. Los viandantes, para superar el obstáculo del coche de Zapata, están obligados a efectuar un escorzo muelle si no quieren golpearse con la luna delantera del oficial vehículo de Zapata, un Toyota bellamente plateado con rigor japonés. A este nada humilde servidor de ustedes, le parece bien que un concejal tenga su coche y su chófer. Pero muy mal que para aguardar al encantador munícipe ocupe violentamente el espacio que corresponde a los viandantes del barrio de Malasaña, que son asimismo, los que pagan en la proporción que sea, el sueldo de Zapata, el de su chófer, el coche y la gasolina del vehículo municipal. Regatear coches en las aceras no es ejercicio cívicamente recomendable, y menos aún, cuando el cargo oficial que entorpece los paseos ciudadanos es un representante del cambio, del partido de la gente y del amor,y al que muy poco le ha durado su negativa a usar de los bienes públicos en beneficio propio.

«Buenos días, señor concejal. Siempre a su servicio».