Ángela Vallvey
¡A un euro!
Parece que los chinos, cuando quieren increpar a alguien, le espetan: «Ojalá vivas tiempos interesantes». Eso es porque piensan que, cuando los tiempos se ponen interesantes, también se revelan espeluznantes. Me parece una manera fina e inteligente de desaprobar a los merluzos sin que éstos se aperciban de ello, y creo que usaré la fórmula, junto con una risilla misteriosa, con alguno que conozco.
Ayer entré en una tienda china de ropa a comprar una bufanda, que en realidad no necesitaba pero que era tan barata que lo cierto es que comprarla parecía casi como no comprar nada, de modo que así no me sentía culpable por comprar algo que no me hacía ninguna falta. Cuando fui a pagar mi prenda, me puse a la cola detrás de una señora que se dirigía a la dependienta con una duda imperiosa, de cuya psicogénesis emanaba un sentimiento de turbación de carácter casi existencial: «Oiga, señorita, ¿este jersey aguantará bien los lavados?, ¿y cómo lo lavo? ¿Lo puedo cambiar si no resiste los lavados...? No, si le diré que yo lo lavo todo a mano, en agua fría y con mucho cuidado, pero, usted comprenderá...». La dependienta le lanzó una mirada tan gélida como el agua con que la señora decía lavar esmeradamente su ropa, y al principio ni siquiera se dignó a responder. Ante su silencio, la clienta continuó con la exposición detallada de sus usos lavatorios, dando cuenta incluso de la calidad de la palangana en la que introducía sus mudas, y el tiempo de inmersión de las mismas en agua jabonosa. La cajera, una muchacha de unos veintipocos años, menuda y bella, compuso un encantador rictus de altivez y empezó a poner gesto de pocos amigos. Hasta que no pudo contenerse más y respondió: «¡Tú lava como quieles! Como te da la gana. El jelsey vale un eulo. ¡Un eulo! A un eulo, tú lava o has lo que quielas. Yo no digo nada más».
La clienta, más pesada que una sopa de copernicio, giró la cabeza y se tropezó con mi cara de pasmo, incredulidad y vergüenza ajena, y decidió pagar el euro que costaba el jersey. Entonces pensé que lo barato, lejos de mejorar la vida, en ocasiones saca lo peor de algunas personas, despierta un deseo de lucro ilícito que está más emparentado con el placer del robo que con las delicias de la libre competencia.
Sí: supongo que vivimos tiempos interesantes...
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