Alfonso Ussía
A ver si a la cuarta...
No estoy de acuerdo con los que afirman que el suicidio es un acto de cobardía. Para quitarse la vida hay que ser valiente. Recuerdo un dibujo publicado en «La Codorniz». Un suicida muy bajito no alcanzaba a subirse a la barandilla de la azotea, y rogaba la colaboración de un vecino. –Por favor, Martínez, ¿me ayuda a suicidarme?–.
El gran poeta satírico Juan Pérez Creus, que llenó de epigramas formidables las bohemias nocherniegas de los años difíciles, vivía en un bajo. Una mañana un vecino se lo cruzó en las escaleras. El vecino descendía y el poeta ascendía. –¿Donde va, don Juan?–, preguntó el vecino. –Voy a suicidarme– respondió Pérez Creus. Y no falló. Siempre Larra, el amor imposible. Juan Pérez Creus escribió también poemas asombrosos. El soneto que dedicó a una periodista que lo tachó de «cobarde» por escribir desde el anonimato un poema festivo contra Franco, se culmina con dos tercetos dignos del renco, el jodido estevado, don Francisco de Quevedo. «Llamarte fresca, pobre sonaría;/ Decirte zorra, no daría tu talla/ pues por puta te tienen las personas./ Y llamarte putísima, sería/ como decirle cerro al Himalaya/ como llamarle arroyo, al Amazonas». En Suecia, donde el alto nivel de vida, la escasa formación religiosa y el hastío de la abundancia a tantos han llevado al suicidio, se llegó a autorizar en una importante red de supermercados, una sección para los aspirantes a suicidas. Sogas de gran resistencia, pócimas insípidas e indoloras para ingerir en plena audición de un LP de jazz, y demás fruslerías.
Me estoy refiriendo a los suicidas decididos, no a los comediantes que simulan y acumulan intentos de quitarse la vida cuando sólo desean llamar la atención. Estos últimos, sí son unos cobardes. Y entre los cobardes, destaca algún canalla.
José Bretón, además de un ser miserable, tan cobarde y desnaturalizado como para asesinar a sus dos pequeños hijos, ha intentado suicidarse en la prisión de Herrera de la Mancha. Había pedido su traslado a la prisión de Córdoba «para estar más cerca de su madre». Manda narices. Asesina cruelmente a sus niños y añora a Mamá. No fue atendida su petición y decidió simular que se quitaba la vida. Tercera edición de la farsa. Unos cortes en el cuello con la cuchilla de afeitar, como ya ocurriera meses atrás. Los médicos han certificado que los cortes «son poco profundos», y el psiquiatra forense y experto en Medicina Legal, doctor Borrás, ha firmado en «La Razón» un análisis que concluye con una opinión contundente. «No existe en Bretón ánimo suicida». Es decir, que se trata simplemente de un desalmado con deseos de notoriedad y de sentirse cercano a su madre, que vive en la misma ciudad donde Bretón acabó con frialdad criminal y perversa con la vida de sus pequeños.
La mente humana es un jeroglífico y un enigma por resolver. Seres humanos jóvenes, con todo el futuro por delante, equlibrados, buenos e inteligentes, acumulan tristezas que no aparentan y un día, inesperadamente, dan voluntariamente el paso hacia la otra orilla. En su desesperación no reparan en la herida que jamás se cicatriza que dejan a sus seres más queridos, pero no dudan en su decisión. Creo que son valientes, y que nadie puede juzgar su propuesta a favor de la muerte. La Iglesia siempre confía en la última milésima de segundo para cobijarse en el arrepentimiento. Me refiero a las personas que se sienten desamparadas por cualquier motivo y la muerte les garantiza la alegría del descanso.
No a Bretón, suicida cómico, canalla nauseabundo, parricida, frío y calculador, que se provoca unas pequeñas heridas en el cuello porque se siente lejos de su señora madre. Igual que no hay dos sin tres, no hay tres sin cuatro, y no es necesario aguardar a que a la quinta sea la vencida.
A ver si en la cuarta intentona nos esmeramos más. El aire de Córdoba lo agradecerá.
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