Ely del Valle
Absurda disciplina
Tras la segunda sesión de investidura fallida en menos de seis meses, la situación política ha pasado de preocupante a dramática. Esto no hay quien lo desencalle, y ni siquiera tenemos garantizado que una tercera convocatoria de elecciones vaya a ser la solución. La constatación de lo que ya sabíamos –los políticos siempre miran por ellos y su partido antes que por el resto– solo deja una vía: introducir cambios en la ley electoral o en las normas que actualmente rigen el parlamento. Las que tenemos tienen vocación bipartidista y a la vista está que en cuanto se las echa a andar con cuatro pedales, se atascan.
Está la posibilidad de una segunda vuelta entre los dos candidatos que hayan obtenido mejores resultados en las urnas sin conseguir la mayoría absoluta; está la opción griega de premiar con un plus de cincuenta escaños adicionales al partido con mayor número de votos, y está, por último, la más práctica a corto plazo: cambiar el reglamento del Congreso de los Diputados para que la votación en las sesiones de investidura sea secreta y en urna y no, como se establece ahora, pública y por llamamiento. La disciplina de partido, que es una de esas deformidades democráticas que «los nuevos» no han dudado en heredar y que «los viejos» llevan incrustada en sus genes, impone a cada grey política un pensamiento único que todos acatan aunque no estén de acuerdo olvidándose de que su papel es el de intermediario de la voluntad de sus votantes.
Seguro que entre los que han metido la papeleta del PSOE en las urnas, hay unos cuantos que apuestan por la abstención. Sin embargo nadie en el partido habla por ellos. ¿Qué clase de libertad tenemos los ciudadanos si nuestros representantes no tienen ninguna? El voto por su propia naturaleza debe ser libre y privado y, antes de ir a unas nuevas elecciones quizá deberíamos empezar a probar por ahí.
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