Reyes Monforte
Agencia General del Suicidio
«La Agencia General del Suicidio». Así se titula una de las obras del poeta surrealista francés, Jacques Rigaut. Era tal su obsesión, ya no por la poesía sino por el suicidio, que en su vida real creó una sociedad con ese mismo nombre donde se instruía en las diferentes maneras que una persona podría suicidarse. Desconozco si será parte de la leyenda que el propio Rigaut se encargó de alimentar, pero cuentan que su enfermiza obsesión por el suicidio –que muchos rieron y aplaudieron al creer que era un simple juego en manos de una menta privilegiada– le llevó a ofrecer 5 francos a los mendigos que se comprometieran a ahorcarse. «Mi libro de cabecera es un revolver. Quizá algún día al despertarme, en vez apretar el interruptor de la luz, me confunda y apriete el gatillo», escribió. Alguna confusión parecida debió de ocurrir el 5 de noviembre de 1922 cuando Rigaut se disparó en el pecho, no sin antes colocarse un almohadón en el pecho para que el impacto no moviera su cuerpo y estropeara el escenario del suicidio. El arte y el suicidio siempre han formado un tándem cómplice que algunos han envuelto en cierta plasticidad bohemia. Balzac decía que cada suicidio es un sublime poema de melancolía, pero esto de la poesía ha cambiado mucho y no le cuento lo que han cambiado los poetas.
Sorprende el desprecio que algunas personas sienten y se empeñan en mostrar por la vida. Supongo que será porque no han vivido la muerte de alguien querido o solo saben de ella a través del cine, la literatura y de las redes sociales. Philipp Budeikin es un ruso de 21 años que ha sido detenido por inducir al suicidio a más de una quincena de jóvenes a través del juego «Ballena Azul», un juego popularizado en internet que propone a sus participantes 50 retos antes de que éstos se suiciden. Según las autoridades, Budeikin ha reconocido que lo hizo para limpiar la sociedad de «restos biológicos», tal y como describe a sus víctimas de las que dice que murieron felices: «les di lo que no tienen en la vida real, calidez, comprensión y comunicación». De salvavidas, como de salvapatrias, siempre hemos ido sobrados.
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