Toni Bolaño
Agotamiento del líder
Albert Rivera es un tipo directo, con empuje, con un discurso fresco y, sobre todo, que transmite ilusión. Las encuestas le son prometedoras y recogen un auge espectacular en los últimos meses que se redobló a partir del incuestionable éxito de las elecciones autonómicas catalanas, donde consiguió un resultado histórico con Inés Arrimadas al frente. Con este panorama, Rivera afrontó con fuerza la precampaña de las generales con un triunfo a los puntos en un momento estelar: el debate con Pablo Iglesias en «Salvados». Sin embargo, en el ecuador de la campaña, Rivera tiene una pájara.
En los últimos días, el líder de Ciudadanos está padeciendo, como los ciclistas, síntomas de agotamiento, aturdimiento y confusión. Vamos, una pájara en toda regla. El lunes estuvo muy tenso en el debate que se celebró en A3Media y no cumplió las expectativas que se esperaban de él. Tuvo un par de momentos estelares pero en una buena parte del debate pasó de puntillas por el plató. No estuvo mal pero podía haber estado mejor. No fue tan exagerada la situación, pero en el debate celebrado por el diario «El País» tuvo sus momentos, pero estuvo falto de frescura. Le faltó ese gancho que le ha caracterizado desde que en el verano de 2006 llegó a la política.
La indefinición calculada de Rivera sobre su papel después del 20 de diciembre le está pasando factura. Sus contrarios le atacan, día sí y otro también. El PSOE le acusa de ser de derechas. El PP de ser la muleta del PSOE afeándole que apoye a un Gobierno corrupto, en referencia al equipo de Susana Díaz en Andalucía, y criticando que Ciudadanos maltrata al PP por cosas que al PSOE le pasa por alto. Rivera se esfuerza en mantener la posición. «No apoyaré un Gobierno de Rajoy ni de Sánchez», repite incansable. Sin embargo, la ambigüedad le pasa factura porque anula otros mensajes de la formación naranja.
Por si fuera poco, sus colaboradores no le ayudan. El alcalde de Espartinas, el único municipio andaluz en el que ganó Ciudadanos, José María Fernández, dimitió el miércoles por estar imputado en un delito de prevaricación en contratos del programa de ayudas al empleo en personas en situación de exclusión social. El número uno de la formación por La Coruña, Antonio Rodríguez, se columpió en un programa de televisión al afirmar que no «explicará sus propuestas de Galicia a partir del día 20». Por cierto, no parece que le conozca mucho porque le llamaba Álbert y no Albert. Antes de la campaña, un dirigente de Ciudadanos comentó a LA RAZÓN que «Galicia es un agujero negro». Visto lo visto, no le faltaba razón.
A estos incidentes, hay que sumar dos jardines más. Los dos del programa electoral. El primero, la violencia de género. El programa naranja recoge la supresión de «la asimetría penal por cuestión de sexo». O sea, igualdad de penas para hombres y mujeres. Ante la polvareda, Rivera se refugió pidiendo «un pacto de Estado contra la violencia de las mujeres, dejarnos de debates de salón y tomar medidas». Medidas, de momento, todos sus contrincantes le han tomado medidas y le han hecho un traje. El segundo, el partido de Rivera se mete con 577.143 españoles: los profesores. Los naranjas cuestionan que tengan que ser funcionarios afirmando que «se debe poder revocar al docente en su puesto si es extremadamente ineficaz». Los sindicatos de enseñanza reaccionaron con virulencia y a Rivera le ha caído la del pulpo. Todavía quedan siete días de campaña en plena pájara. Para superarla se recomiendan hidratos de carbono.
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