Julián Cabrera

¡Albert, la escalera!

La Razón
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Ayer pudimos ver y oír a Pedro Sánchez en la tribuna del Congreso de los Diputados exponer su propuesta de gobierno para ser investido presidente. Citó obsesivamente a Rajoy más de una docena de veces; pareció más un discurso de jefe de oposición que de aspirante a llevar el timón del país. La cara de Rivera por momentos era un poema. El líder socialista mostró lo que mejor maneja de su repertorio, el papel de «Joker», ya saben, esa carta de doble cara con el comodín arlequinado que puede utilizarse según se dé el caso para roto o para descosido. Hoy miércoles no habrá sorpresas y el «partido de ida» verá la primera derrota de Sánchez, a la espera de un «partido de vuelta» en el que no le vale como en la «Champions» el valor doble de los goles.

Pero lo que parece quedar en este punto del «día después» cada vez más en evidencia pasado el primer rubicón de la investidura es la posición del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que en muy pocos días, o se destapa como el mayor «pinito de loro» de nuestra historia política reciente o, como algunos en su entorno comienzan a temerse, como el Pepe Gotera que quedó colgado de la brocha y sin escalera.

Cuando una formación política que por sí sola no sumaría con ninguna otra una mayoría lo bastante confortable para sacar adelante una investidura o un pacto de gobierno como es el caso de Ciudadanos, o se tiene muy claro que habrá réditos a medio plazo tras la operación «pacto a 130» o sencillamente estaríamos hablando de un estratosférico ejercicio de ingenuidad.

Y como prefiero entender lo primero, suponer que por la cabeza de Albert Rivera, además de ese «generoso» mensaje de buscar la gobernabilidad del país pasan otras expectativas, sólo pueden caber dos: la de entender que ante lo inevitable de una repetición electoral la posición de Ciudadanos quedaría reforzada –algún reciente sondeo lo podría certificar– con la imagen de haber sido al menos uno de los que «lo han intentado» con el consiguiente barniz de responsabilidad de Estado que pudiera conllevar o la de que Rivera esté entendiendo que, ganado y escenificado con firma incluida el entendimiento con el PSOE y conocida su disposición a no renunciar al diálogo con el PP como formación más votada y dada la evidente animadversión mutua entre Sánchez y Rajoy, el Rey pudiera, con esos elementos en la mano, darle el encargo al líder de Ciudadanos para articular en torno a su persona una posible salida del atolladero.

Pero la realidad es la que es y la posición de Rivera no parece precisamente cómoda, sobre todo porque no ha tardado en comprobar las virtudes de «Joker» Sánchez al ofrecer a Podemos otro pacto con la derogación de leyes por una cara y a Ciudadanos en el ya firmado sólo la revisión de esas mismas leyes en la otra cara de la carta comodín. Puede que el líder de Ciudadanos se esté diciendo desde hace unas horas: «Albert, ¿dónde te has metido?».