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Albert: Un líder sin apuesta ganadora

La Razón
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Lo que ha dejado claro Albert Rivera esta semana son sus ganas de jugar un tira y afloja con Mariano Rajoy. Necesita protagonismo. Por supuesto. Cosa distinta será (habrá que verlo) si está dispuesto a tirar tanto de la cuerda que se pueda romper. El líder de Cs ha buscado que se decida todo de una vez echando un órdago al presidente del Gobierno porque a sus ojos el reloj naranja ha descontado el tiempo. Así, puso en cuarentena el acuerdo de gobernabilidad en Murcia, que sostiene en el poder al popular Pedro Antonio Sánchez. Formalmente, lo dio por roto y anunció contactos con el PSOE y Podemos para explorar una compleja moción de censura a tres bandas. Y lo hizo, y no por casualidad, horas después de que el propio Rivera convocase también a socialistas y populistas a acordar medidas de regeneración que había pactado con Rajoy y que el PP retrasa apelando a las «dificultades». O lo toman o lo dejan: ésa es la partida a la que ha decidido jugar, al menos en público, la formación naranja.

Entre bambalinas, la realidad es distinta. La forja de una moción de censura en Murcia supondría poner de acuerdo a tres fuerzas hasta ahora incompatibles (PSOE, Podemos y Ciudadanos suman juntos sólo un escaño más que el PP). Fuera de los focos, ya en privado, ese acuerdo provoca enorme rechazo al mismo Rivera. El líder de Ciudadanos sabe el coste que tendría en pérdida de votos apoyarse en el populismo de ultraizquierda. De ahí que, en realidad, su objetivo último haya pasado en todo momento por forzar a los populares a dejar caer a Sánchez para que propongan un nuevo candidato a la presidencia de la comunidad. Tanto es así que, según tengo constancia, el entorno del líder de Cs llegó a vaticinar (y hasta apostó) a inicios de semana que Pedro Antonio Sánchez tiraría la toalla para enfrentarse este lunes, ya sin ser presidente regional, a su declaración como imputado ante el Tribunal Superior de Justicia de Murcia. Pero, ¿y si finalmente no hay apertura de juicio oral contra Sánchez? ¿Qué harán entonces? ¿Se volvería a recomponer el pacto? En ese escenario, nada descartable, ¿de qué habría servido a la organización naranja abrir un proceso de crisis institucional del tenor que piden para Murcia? De ahí que dirigentes populares se afiancen en la impresión de que Rivera «lleva la peor mano para ganar la partida». Quimeras frente a Realpolitik.

En paralelo, parece dispuesto Rivera a jugarse el todo y la nada en Madrid, donde, con sobreactuación, está a la espera de que los populares muestren una actitud distinta a la que hasta hoy han expresado. Las seis medidas que Cs puso el pasado verano como condición sine qua non para negociar la investidura de Rajoy (supresión de aforamientos, limitación de mandatos, apartamiento de los imputados de la vida pública, fin de los indultos a corruptos, impulso de la reforma electoral y creación de una comisión de investigación sobre las finanzas del PP) estaban «encarriladas y avanzando», según proclamó el martes pasado el portavoz Juan Carlos Girauta. Sin embargo, menos de 48 horas después, Rivera apostaba por impulsarlas junto al PSOE y Podemos porque los populares incumplían su palabra. Claro que, en una ecuación con estas variables, si se desean hacer algunas de las reformas acordadas es imprescindible abrir el melón de la Carta Magna, lo que las huestes de Pablo Iglesias esperan, con la intención poco disimulada, para introducir sus reivindicaciones. Es decir, en lo que derivaría es en una auténtica zapatiesta constitucional. ¿Se atrevería Cs a pulsar ese botón nuclear y quedar retratado como culpable de haber puesto España patas arriba, abriendo un proceso constituyente con un PSOE que no se sabe lo que opina, porque cada uno dice una cosa, y con un Podemos muerto de ganas por hacer una enmienda a la totalidad al sistema?

Rivera se halla en un momento delicado, naturalmente, desdibujado desde su brindis con Rajoy por la gobernabilidad. Porque, a pesar de las campañas lanzadas sobre la utilidad del voto naranja, en buena medida sólo puede lucir como logros la apertura de una subcomisión de estudio en el Congreso para modificar la Ley Electoral y la toma en consideración en Pleno de una proposición que, por cierto, pone la línea roja en la apertura de juicio oral para exigir la dimisión de cargos imputados. Además, los tiempos parlamentarios son los que son, por mucho que se aferren a lo firmado para poner fechas límites al PP. Y ello pese a que la interlocución sea permanente y al más alto nivel. Más allá de los contactos que puedan tener Rivera y Rajoy, y que suelen ser discretos, Fernando Martínez-Maíllo y, sobre todo, Rafael Hernando despachan con sus homólogos naranjas prácticamente todas las semanas en un clima de absoluta cordialidad. Así pues, el citado emblema de la regeneración, una bandera que siempre deben tener izada los políticos, puede ser buen escudo para que Cs se proteja del abrazo del oso del PP, un peligro que azota permanentemente las mentes de Rivera y los suyos. Ahora bien, agitar las aguas sin ton ni son tiene el riesgo de provocar torbellinos en la opinión pública difícilmente superables luego en la marcha política de los partidos. Más todavía cuando los españoles dan muestras evidentes de que desean calma, después de vivir tanto tiempo haciendo equilibrios por el peligroso alambre.