Alfonso Ussía
Alegría, alegría
Muchos y buenos amigos tengo en Andalucía. Llevo en mi sangre la Andalucía de los Puertos, y en concreto del Puerto de Santa María, tesoro de la bahía de Cádiz, allá donde muere el Guadalete, que es el Río del Olvido. Paco Reyero, Enrique de Miguel, Antonio Burgos, Curro Romero, Ignacio Camacho,Pepe Oneto, Mani Cué, Trifón, Carlos Herrera... A todos ellos mi más alegre y profunda enhorabuena. Ya tenemos Casa de Andalucía en Palestina. Clamorosa demanda, al fin cumplida. En mi última estancia en Andalucía la Baja, en San Fernando, Real Isla de León, también adelantada de nuestras libertades, no se hablaba de otra cosa por las calles. Mis escritores andaluces llevan años reivindicando la creación de esa Casa de Andalucía en Palestina que al fin, el ilustrado Valderas, ha tenido a bien inaugurar. El dinero no es un problema cuando la inversión procura un bien cultural de hondas raíces. Ahí los versos de Fernando Villalón: «Islas del Guadalquivir/ donde se fueron los moros/ que no se quisieron ir». Sucede que no sirven del todo. Aquellos moros que no se quisieron ir eran del Magreb, no de Palestina. De nuevo el dinero. ¿Qué son dos millones y medio de euros si a cambio de ellos todos los andaluces, incluidos los cuarterones como el que escribe, tienen una casa en Palestina? Se lo decía días atrás a Antonio Burgos, que se mostraba reticente y poco entusiasmado con el proyecto cultural. «Compadre, ¿Tú sabes lo que significa, con la cantidad de veces que vas a Palestina, tener allí una casa, con mezquita y todo, con una biblioteca palestina a tu disposición y la oferta turística de recorrer Gaza sobre un dromedario? El ilustre Valderas, tan contrario a celebrar la recuperación de Granada por los Reyes Católicos, es un hombre con sensibilidad. Presenté mi último «Sotoancho» en el Alfonso XIII. Y ahí estaba Curro. Con posterioridad a la presentación, en el bar del hotel, me interesé por la naciente melancolía en la expresión del genial maestro. Y Curro, que tenía guardado su dolor en su educado cofre de plata, me lo confesó: «Tengo la intuición de que no voy a conocer Palestina». «Alegría, alegría», le dije para animarlo. «En pocos meses tendrás ahí una casa». Y entonces se emocionó sobremanera.
El viaje a Palestina, de acuerdo con los gastos que ha presentado el ilustre Valderas, apenas cuesta 5.000 euros. Sólo un inconveniente. Los terroristas de Hamas, los amigos de Guillermo Toledo, no distinguen a un andaluz de un vasco, o de un castellano o de un montañés. Para ellos todos somos infieles occidentales, y no son recomendables cuando están enfadados. Ese es el problema. Sospechan. Se preguntan, y hacen bien: ¿Por qué inauguran una Casa de Andalucía si aquí no vienen jamás –ingenioso juego de palabras con Hamas–, los andaluces? Ignoro el flujo turístico cultural de andaluces a Palestina, pero me dicen que no hay tal flujo, ni siquiera gota. No obstante, puede pasar lo mismo que con Londres. Que un español llegó a Londres, le gustó, se produjo el típico boca a boca, y ahora es más fácil encontrarse españoles en Londres que en Mijas. Ahí es donde el ilustre Valderas tendría que haber inaugurado la Casa de Andalucía. En Mijas o en Sotogrande, que ha sido invadido por los llanitos de Gibraltar.
No obstante, hay que tener el ánimo bien dispuesto, e intentar ser positivo. La Casa de Andalucía en Palestina tiene tres opciones. Que sea ocupada por palestinos a falta de andaluces. Que sea volada por los de Hamas porque les molesta, o que reciba un misil de Israel en un momento de conflicto. Pero aplaudo la idea. Alegría, alegría.
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